Este nuevo instituto religioso fue creciendo rápidamente y
un ejército de seguidoras se fue uniendo al proyecto de pobres, oración,
penitencia y vivir en constante abnegación que había emprendido Madre Angelita.
Y así, pronto sobrepasaron los límites de la capital hispalense. Fue en 1904
cuando llegan las hermanas a Fuentes y abren la que sería su séptima casa, tras
las fundaciones de la Casa Madre de Sevilla, Utrera, Ayamonte, Carmona,
Villafranca de los Barros (Badajoz) y Arjona (Jaén). Era la primera fundación
del siglo XX, y se llevaba a cabo por iniciativa y con el apoyo económico de
los bienhechores Fernando Armero Fernández de Peñaranda –hermano menor del
General Armero– y su hija Dolores Armero Benjumea.
La inauguración oficial de la casa
no tendría lugar hasta septiembre de 1904, comenzando años antes los trámites
pertinentes. En 1900 sor Ángela solicitó al Arzobispado de Sevilla que aprobara
la nueva fundación y que concediera la ermita de San Francisco y sus
dependencias adyacentes para instalar allí el nuevo cenobio, con idea de “fomentar
la instrucción y educación moral y religiosa de niñas pobres, y la asistencia y
socorro de enfermos desvalidos”. Con anterioridad a esta misiva, la
Hermandad de la Humildad, establecida en el citado templo de San Francisco,
había acordado ceder el jardín para que se edificase en él la casa de las
hermanas.
El 23 de septiembre de 1904 tendría lugar en la ermita de San Francisco la ceremonia de
inauguración, en presencia de Sor Ángela, y a partir de esta fecha, comienza
una historia local de amor y entrega que tiene como cuartel general una casa en
el Postigo.
Son los primeros años del siglo
XX. Fuentes cuenta con una población cercana a los 7.000 habitantes, con una
numerosa clase baja, mayoritariamente jornaleros. Son el estrato social
más desprotegido, con unas condiciones de vida infrahumanas y verdaderos
problemas para subsistir. Pero ahí estuvieron siempre las hermanas. Recibiendo
con una mano para repartir con la otra, acudiendo siempre en auxilio del más
necesitado. Son tiempos difíciles, donde hasta ellas mismas pasan en algunas
ocasiones verdaderos problemas. Era un convento pobre. No tenían apenas de nada
para vivir.
Comenzaron en sus primeros
meses auxiliando a enfermos y catequizando la vecindad, por todo el arrabal del
Postigo. Poco después iniciaron clases para niñas, en tan precaria situación,
que las aulas eran terrizas y las niñas hasta se tenían que llevar cada una su
propia silla. Con limosnas consiguieron poner un suelo de madera, que evitara
los continuos males y resfriados, tanto en las niñas como en las hermanas.
En repetidas ocasiones, sor
Ángela visitó la casa de Fuentes a lo largo de su vida. Poco a poco fue viendo,
con el paso de los años, como las hermanas iban edificando el resto del
convento y las tareas y ocupaciones eran cada vez mayores. En estos primeros
años todas las semanas se comunicaban por carta. En una de ellas, las hermanas
acuden a sor Ángela haciéndole llegar su situación extrema, a lo que la Madre
General respondió: “Pongas ustedes
gallinas, y nosotras [en Sevilla], en
vez de comprar los huevos en el mercado, se los compramos a ustedes. Así podrán
obtener algo de dinero”. Era evidente que si el proyecto emprendido estaba
dando frutos abundantes era porque estaba liderado por una persona con la
suficiente capacidad moral e intelectual para ello, aunque para la propia sor
Ángela todo era obra de Dios, y ellas un mero instrumento. Y fue así, con
hechos, como la popularidad y admiración hacía sor Ángela, las Hermanas de la
Cruz y su apostolado se fue extendiendo entre propios y extraños.
En 1932, sor Ángela murió a los
86 años en olor de santidad causando conmoción en Sevilla. Durante los tres
días que su cuerpo estuvo expuesto a los fieles, miles de sevillanos de toda
edad y condición acudieron a la capilla de las Hermanas de la Cruz a rendirle
un último homenaje. El ayuntamiento republicano de la época acordó por unanimidad
rotular con su nombre la calle Alcázares, en la que se ubica la Casa
Generalicia de las Hermanas de la Cruz, siendo enterrada en la cripta del
convento, gracias a una autorización del Gobierno porque las leyes de la
República prohibían el enterramiento en templos y cenobios.
A raíz de ahí, se inició el
largo proceso para la causa de su santidad, y en 1982 el papa Juan Pablo II la
declaró beata en una multitudinaria ceremonia celebrada en Sevilla. Lustros más
tarde, en mayo de 2003, el mismo Pontífice proclamó su santidad proponiéndola
como ejemplo cristiano de vida a seguir.
Pero Fuentes ya hacía mucho
tiempo atrás que había reconocido su ejemplaridad. A los pocos años de su
muerte la calle Moral pasó a ser rotulada con el nombre de Sor Ángela de la
Cruz, y tras su beatificación, se emprendió desde la cenobio fontaniego la iniciativa
para la ejecución de una talla de la nueva beata, a tamaño real, y que fue
encargada al polifacético imaginero y orfebre Manuel Domínguez Rodríguez
(Zalamea la Real, 1924 - Sevilla, 2010), cuyo taller se encontraba en el compás
del convento de Santa Clara de Sevilla.
Un hecho que se hizo realidad en 1984, cuando la tarde del viernes 4 de mayo los fontaniegos admiraron por vez primera la nueva efigie, que fue bendecida en una ceremonia presidida por el entonces párroco D. Ramón Díez de la Cortina y Consuegra en la Iglesia Parroquial Santa María la Blanca.
Tras la eucaristía, se
iniciaría una masiva procesión de camino hacia el convento de las propias
Hermanas de la Cruz, organizada por la Hermandad de la Humildad y con el
acompañamiento musical de la Banda de Los Rosales, de cuyo hecho damos muestra
gráfica con las fotografías que se reproducen.
Fuentes
siempre ha sido consciente de la labor de estas mujeres que todo lo dan por el
prójimo. Siempre se ha sabido agradecer su buen hacer, se le ha reconocido, y
en momentos de necesidad, también ellas han recibido la ayuda del pueblo.
Muchos son los momentos en los que el Fuentes ha exteriorizado su devoción a
Santa Ángela de la Cruz y su admiración por la obra de sus hijas espirituales,
las Hermanas de la Cruz.
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