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A medio cuarto de legua de la muy antigua villa de Fuentes, en el Reino de Sevilla, se levanta una fuente que desde siglos atrás fue el principal abastecimiento para la «manutenzión del común de estte vesindario». Ésta se surte a partir de un complejo sistema subterráneo de captación y conducción de aguas formado por dos manantiales o “minas”.

Rodeada de restos de distintos pueblos antiguos que habitaron estos lares, ya en 1599 aparece citada en las Actas Capitulares acordándose su reparo, y en 1690 el Cabildo Municipal acuerda hacer la fuente de piedra, para lo que contrata al cantero de Morón Antonio Gil.

A lo largo del siglo XVIII, varios miembros de la saga de alarifes de los Ruiz Florindo intervienen en el conjunto, ya que se continúan diversas reformas debido a la pérdida de suministro y a defectos en las conducciones.

Como en la Fuente de la Reina, otros manantiales y pozos de estas tierras llenas de historia siguen manando agua «buena y clara» desde tiempos remotos; características de un territorio que dieron el nombre a este maravilloso lugar del mundo que es Fuentes, de Andalucía.

lunes, 16 de septiembre de 2024

EL MAESTRO FORTES. Un fontaniego preclaro, pío y bueno del siglo XVIII.

El pasado 20 de enero se cumplían seiscientos cincuenta años (1374-2024) de un hecho determinante en el devenir histórico de la villa fontaniega: la compra del lugar de Fuentes por Alonso Fernández de Sevilla e Isabel de Belmaña, que desencadenaría en la fundación del mayorazgo de los Fuentes en 1378 y la instauración del señorío.

Un acontecimiento trascendental que más allá de parecer una operación inmobiliaria de la época, implicaba el poder jurisdiccional de los señores sobre el lugar y sus moradores, convertidos en vasallos. Una autoridad que ejerció su supremacía e influencia no solo en los aspectos políticos o económicos, sino territoriales, sociales, culturales, festivos, urbanísticos, religiosos… e incluso demográficos, con la obstinación por el aumento de la población, que repercutía positivamente en los intereses del señorío; y los continuos esfuerzos para lograr un ámbito territorial propio, ampliando el término con continuos litigios y pleitos en base a las tierras más próximas al naciente núcleo poblacional.

Tal «proyecto repoblador» resultó considerablemente satisfactorio, hasta el punto de que en apenas unas décadas Fuentes se consolidó como un ente poblacional, y a lo largo de estos casi siete siglos ha ido evolucionando hasta su máxima cota histórica de habitantes que llegó a alcanzar a mediados del siglo XX. Miles y miles de personas que vieron en esta tierra por vez primera la luz de la vida, que hicieron de Fuentes de Andalucía su hábitat y que con su entrega y su esfuerzo fraguaron el Fuentes de hoy. Porque, la historia y la grandeza de los pueblos también la hacen sus gentes, desde el humilde bracero hasta el que llegó a alcanzar la excelencia en su carrera laboral, militar, eclesiástica, artística, política, científica, etc.

Ilustres y célebres fontaniegos que en ocasiones dieron proyección a su tierra natal, y de los que conocemos facetas de sus vidas, apuntes de sus biografías, disfrutamos de sus obras… porque su relevancia fue tal que hay testimonio escrito de ello, pero sin duda, se trata de casos excepcionales. En la mayoría de las ocasiones, su legado se esfumó con sus contemporáneos o en sus generaciones sucesivas más próximas.

No es este el caso del maestro Fortes. Un fontaniego de la segunda mitad del siglo XVIII (1747-1817) que de no haberse publicado su biografía en 1902 y conservarse un ejemplar en la biblioteca de unos familiares descendientes [1], estaríamos privados de conocer; y del que en estas páginas daremos una breve síntesis de su vida, hechos y virtudes.   

El 27 de diciembre de 1747 se bautizaba en la Iglesia Parroquial Santa María la Blanca un varón, que nacido ese mismo día en una casa de la calle Lora «esquina a la de las Flores», recibió el nombre de «Juan Joseph Matheo» [2]. Este era hijo de Alonso Fortes e Isabel Gutierres Carmona, vecinos de la villa pero no naturales de ella; él procedente de Lora y viudo de María Muñoz, y ella natural de Marchena, que se casaron en el mismo templo fontaniego escasos tres meses antes del alumbramiento, el 29 de septiembre de 1747 [3], y calificados por el biógrafo como «pobres en bienes de fortuna y de humilde aunque honrado linaje».

Desde niño, Juan Fortes «reveló su natural compasivo y misericordioso con los pobres y enfermos», protagonizando diversos hechos no propios de un infante. «Dotado de claro entendimiento y buena memoria, aprendió con facilidad y perfección las primeras letras, consiguiendo luego de su padre, a fuerza de súplicas y lágrimas, que lo pusiera a estudiar gramática latina. Hízolo con tanto aprovechamiento que pudo pasar pronto a aprender filosofía; pero como esto exigía ya mayores gastos, que no podía sufragar su padre, se vio forzado a abandonar sus estudios y a tomar el oficio de barbero».

A pesar de ello, y no siendo propio de un joven de familia humilde de la época, Fortes se cultivó en la lectura y en la música, de lo que era muy aficionado, llegando incluso a tocar el violín y la guitarra.

De carácter alegre y divertido, ya en su juventud experimentó la vocación religiosa, y desde su posición de seglar dedicaba un tiempo considerable a la oración y la penitencia, reprendido incluso hasta por su propio padre.

Pero su vida cambió drásticamente, y a los veinte años tuvo que abandonar Fuentes y su familia, al ser «llamado a servir al rey» Carlos III como soldado, permaneciendo tres años de servicio en las milicias y cinco en la tropa del Regimiento de Zamora.

Regresando de nuevo a su pueblo natal, y «cambiando radicalmente de costumbres, emprendió una vida penitente y virtuosa, en la que perseveró hasta la muerte». En estos años, la enseñanza del catecismo fue «el objeto preferente de sus trabajos y afanes y la preocupación constante de su vida», una tarea evangelizadora limitada por su condición de laico, que restringía «su ardiente celo por la gloria de Dios y la salvación de las almas». A pesar de ello, Fortes no decayó en sus propósitos manteniéndose constante en su apostolado, hasta el punto de verse recompensado en base a su actividad y por la formación que acumulaba. Un hecho sustancial que, reconociendo su valía, cambiaría considerablemente su vida en adelante a sus 31 años.

Corría el año 1779, cuando «le concedió el ayuntamiento, la plaza, vacante a la sazón, de maestro de primeras letras. Elección acertadísima, que honra y embellece el criterio de aquella corporación municipal, pues desatendiendo las solicitudes presentadas y acaso también las valiosas recomendaciones que las apoyaban, concedió tan importante como desatendido cargo al que reunía excepcionales dotes de ciencia y virtud, celo y discreción, para su competente y perfecto desempeño». Así lo recoge –claramente subjetivo– su biográfo.

Contractado tal hecho en el Archivo Municipal de Fuentes de Andalucía, ciertamente fue designado maestro en el cabildo celebrado el 5 de febrero de 1779 [4], cuya plaza solicitaron los vecinos Sebastián Conde, Juan Ruiz del Hierro y Juan Fortes Gutiérrez. En los argumentos a favor, el acta recoge que «las circunstancias que concurren en el dicho Juan Fortes de su vida ejemplar, buena letra, gramático, aritmético y arreglada conducta, [son] justísimas causas para no perder de vista en perfecta regla para la buena educación de niños» [5] y designarlo por lo tanto maestro de primeras letras de la villa.

Tal designación le autorizaba a instalar una clase en su domicilio, cobrando un estipendio a las familias de los niños varones asistentes. Por su parte, el cabildo fontaniego le asignaba 40 reales de vellón al año para que acogiera en la escuela a aquellos infantes pobres cuyas familias no pudieran contribuir con el pago al maestro. 

Adjunto al acta, se recoge la notificación del escribano, aceptación y juramento por parte de Fortes tanto de su cargo de maestro como su compromiso de «no llevar dinero a los niños pobres», constando su firma autógrafa [6]. 

El principal cometido de los maestros de primeras letras en el siglo XVIII era enseñar a leer, escribir, contar y los fundamentos de la doctrina cristiana, en una escuela que normalmente se instalaba en el domicilio del propio maestro y cuya cuota de asistencia y regularidad por parte del alumnado era muy inestable, generalmente debido a las estrecheces económicas de las familias que requerían de la ayuda de los niños en una pronta incorporación a responsabilidades laborales y la escasa conciencia formativa de la época en las clases más humildes.

Junto a este tipo de escuelas de gramática doméstica vinculadas al gobierno municipal, y en cierto modo también controlado por el poder eclesiástico local, en Fuentes ejercieron un papel relevante los mercedarios descalzos, que en su cenobio impartían clases superiores de latinidad, pero dirigidas por lo general a un grupo muy exclusivo de la población, económicamente posicionados.

Pronto se consolidó Fortes en el Fuentes de la época como un maestro de reconocido crédito, llegando incluso a oídas de la propia Marquesa de Fuentes, residente en Madrid. De ello da muestra la carta de ésta que fue leída en el cabildo acontecido el 31 de enero de 1790. En ella, la marquesa estipula una nueva remuneración al maestro Fortes para que repercuta en los más necesitados del pueblo, expresándose en los siguientes términos:

«[…] conceder y dar anualmente por el tiempo de su voluntad a Juan Fortes maestro de primeras letras de esta dicha villa cincuenta ducados de vellón […]. Considerando la grande utilidad y estimable provecho que podría conseguirse espiritual y temporalmente en esa mi villa, si los jóvenes de ella fuesen desde su niñez educados y enseñados en la Doctrina Cristiana, y en el conocimiento de las primeras letras, por un tan oportuno religioso y buen maestro como el que en la actualidad logra ese común; y deseando hoy que un bien tan grande no se desaproveche por no hallarse este noble y apreciable magisterio dotado competentemente, he resuelto del tierno amor y especial afecto que me merece ese vecindario asignar como desde luego asigno cincuenta ducados de vellón al año, para que con ellos se satisfagan los alquileres de la casa donde vive y tiene su escuela el referido actual maestro, a quién se le hará entender esta gracia mía, para que animado con este auxilio y socorro, no solo se asegure su subsistencia en esa mi villa sino que acreciente su bueno y eficaz deseo, que tiene bien acreditado en la educación y cristiana crianza de los niños debe entenderse con la precisa calidad y condición de que no ha de llevar interés alguno por la enseñanza de los hijos de los vecinos pobres a los cuales se le ha de dar de balde y con el propio esmero que la diese a lo que por pudientes le pagasen su estipendio […]. Enterados de si, procuren que se verifiquen los efectos, a que ella se dijere de suerte que por su parte contribuyan en la que les sea posible a que la juventud logre la perfecta enseñanza y educación que tanto contribuye y es indispensablemente necesaria para que se destierren de los pueblos los vicios y grandes perjuicios que de lo contrario se ocasionan como lastimosamente nos lo da a conocer la experiencia […]» [7].

Fortes vio fuertemente complementada su posición de maestro con su vocación de servicio a los demás y de apostolado cristiano, convirtiéndose al mismo tiempo en «profesor y padre de sus discípulos», cumpliendo la doble misión de instruir, con método y constancia; y educar con «celo, prudencia y virtud». Dotes que, según describe su biógrafo, el maestro Fortes reunía sobradamente, y por eso «sin descuidar la enseñanza metódica y constante de la lectura, escritura, ortografía y cuenta, como entonces se llamaba vulgarmente a la aritmética, concedía lugar preferente al estudio del catecismo, base indispensable de la educación sólida y verdadera».

En tales afirmaciones, y siendo un hecho que se repite continuamente a lo largo de las páginas de su semblanza, apreciamos claramente dos aspectos significativos. Por uno, la subjetividad del relator sin escatimar en halagos hacia la figura del maestro; y por otra, la fuerte presencia de la vocación de Fortes y la importante carga de enseñanza religiosa que aplicaba a sus alumnos, inculcando «el amor a la virtud y el odio al vicio», evitando «el empleo frecuente de la corrección y el castigo».

«Así logó educar cristianamente a dos o tres generaciones de hombres, pobres labriegos en su mayoría, ignorantes y rudos según el falso concepto que hoy se forma de la civilización, pero obedientes hijos, amantes esposos, celosos padres de familia, honrados ciudadanos, fervorosos creyentes y católicos prácticos»

En una época con la educación claramente diferenciada por sexos, donde el acceso de las niñas a la escuela era muy complicado visto el escaso papel de la mujer en la sociedad del Antiguo Régimen, el maestro Fortes llegaría a establecer en horario nocturno en su domicilio, «donde vivía con –María– una hermana soltera de mucha virtud», una clase especial de doce niñas adolescentes a las que formaba sin retribución, cuyas «plazas vacantes eran solicitadas con mucha anticipación y grande empeño».

Pero Fortes no limitaba su acción de trabajo a los horarios establecidos, imbuido de su celo por la educación, instrucción y formación religiosa de sus discentes. «Y para que también los adultos de ambos sexos participasen de este beneficio, pues no daba todo el resultado apetecido la clase de doctrina cristiana que para hombres solos había establecido en el hospital, discurrió un medio ingenioso. Todos los domingos y días festivos escogía cinco o seis niños, que recitaban públicamente las preguntas y respuestas del catecismo en tres o cuatro puntos del pueblo, designados de antemano, para que fuesen a oírlos todas las personas que quisieran. Y ya por curiosidad, ya por deseos de aprender, asistía siempre numeroso concurso de oyentes a estas conferencias al aire libre, de las cuales recordando lo olvidado o aprendiendo lo ignorado, todos sacaban provechoso fruto.

De esta manera contribuía el maestro Fortes a la evangelización de su pueblo, desterrando de ella funesta plaga de la ignorancia religiosa, auxiliar poderoso del indiferentismo y de la incredulidad, semillero de vicios y de crímenes, manantial de discordias, odios y venganzas, gangrena pestilente que corroe las entrañas de la sociedad moderna».

Elocuente y descriptivo relato del biógrafo, en el que da muestra del ardor apostólico de Juan Fortes y sus ingeniosas acciones.

Fortes no solo se distinguió entre sus coetáneos por su afán por la enseñanza y propagar la doctrina cristina, sino que ejerció la oración y la caridad verdadera hasta los máximos extremos, llegando a crear en torno a su persona cierto aire de misticismo. «Los enfermos, los encarcelados, los desvalidos fueron sus amigos predilectos: consolarlos, instruirlos, aconsejarlos, aliviarlos, alimentarlos, vestirlos, asistirlos y regalarlos constituía su mayor recreo y delicia».

Su presencia en el hospital de San Sebastián era diaria, no solo acompañando y consolando a los pobres enfermos, sino incluso atendiéndolos cuando su tiempo se lo permitía. «Provisto de limosnas de pan, que recogía de personas pudientes y caritativas, iba los domingos a la cárcel, distribuía los socorros entre los presos, y luego les exhortaba al arrepentimiento y enmienda de su mala vida, les explicaba algún punto de la doctrina cristiana y les daba a leer libros piadosos. Durante varios años consiguió que se aumentasen considerablemente estas limosnas en favor de los presos, mediante la cooperación y ayuda del piadoso caballero D. Fernando Escalera y Pareja, su condiscípulo, pudiendo darles diariamente comida abundante y bien condimentada, suministrarles ropas y calzados, proporcionarles lavanderas y facilitarles lumbre en el invierno para calentarse».

La caridad del maestro Fortes no limitaba su acción bienhechora al remedio de las lástimas del hospital y de las miserias de la cárcel. Fuera «de esos recintos del dolor y del crimen había también lágrimas que enjugar, hambre que saciar y desnudez que vestir». El huérfano, la viuda, la familia del jornalero enfermo y otros muchos pobres desvalidos también eran receptores de los auxilios del maestro, que aunque pobre en caudales, disponía de las limosnas que pudientes fontaniegos de la época le confiaban, como el anteriormente citado Fernando Escalera o José Aguilar.

La vida del fontaniego Juan Fortes fue una predicación continua con hechos de todas las virtudes cristianas, desde el desarrollo de su profesión, la enseñanza del catecismo, los ejercicios de caridad y piedad, la oración, mortificaciones y sacrificios… «con que estuvo evangelizando a su pueblo diariamente más de cuarenta años».

Sometido siempre a la obediencia de su director espiritual –que tuvo tres a lo largo de su vida–, fueron principalmente estos los que se encargaron de dejar escritos sus apuntes biográficos, así como de moderar e incluso reprimir e impedir determinadas prácticas de mortificación extremas y disciplina física que practicaba, y que fueron una constante a lo largo de toda su vida. Por todo ello no estuvo exento de sufrir contradicciones, desprecios, deshonras y persecuciones de terceros que logró sobrepasar como «alma justa, adornada de todas las virtudes cristianas en grado perfecto».

Como hombre devoto y pío, la presencia del Fortes en la iglesia –con una compostura edificante que le caracterizaba– era habitual y diaria. El propio relator lo describe como un varón de semblante modestamente alegre, con un tono de su voz amable y reposado, que en la madurez de su vida se fue convirtiendo en un hombre amigo de la soledad y del silencio.

El maestro Juan José Fortes Gutiérrez murió soltero «con fama y en olor de santidad» en su casa de la calle Lora con 69 años, y fue enterrado el 19 de mayo de 1817 en el Camposanto de la Ermita del Sr. Sn. Francisco con la asistencia «de todo el clero» [8]. Son los únicos datos que se poseen del óbito del maestro, por una circunstancia que determinaría en cierto modo el anonimato de la vida del maestro Fortes durante décadas y que relataremos en adelante.

La publicación «El Maestro Fortes. Ensayo Biográfico», base de la presente investigación, debe su autoría al sacerdote fontaniego D. Rafael González Flores (1851-1912) [9], un historiador y poeta de tendencia carlista con una prolífica producción literaria que fue cura coadjutor de la parroquia de la Asunción de Lora del Río. Este opúsculo fue impreso en 1902 en la Imprenta de San Antonio, que los franciscanos regentaban en su convento de Loreto (Espartinas).

Este sacerdote –D. Rafael–, que había nacido a mitad de la centuria decimonónica, relata cómo de joven llegó a conocer a algunos de los discípulos de Fortes, ya muy ancianos, «que honraban con su vida ejemplar el nombre y la fama de su virtuoso maestro» y referían episodios de su vida, que había sido escrita por su confesor. Tal hecho provocó la curiosidad del sacerdote, pero le fue imposible acceder a tal manuscrito  que «guardaban como inestimable tesoro, unos parientes del maestro», cediendo en su empeño. Años más tarde, tal ológrafo llegó a sus manos, descubriendo que no se trataba más que de un cuaderno de apuntes biográficos y otro pequeño libreto incompleto, recogiendo este último una introducción de la vida de maestro Fortes y parte del capítulo primero ya redactados. Tales documentos se debían al «puño y letra» del que fuera último director espiritual del maestro, el Dr. D. Francisco de Paula Ruiz Pilares, un sacerdote «sabio y virtuoso» que murió cuatro meses antes que el maestro. Esto último explica el por qué no continuó su comenzada historia y no se posean datos expresos de su muerte.

Examinados sendos documentos, y movido por la inquietud de sacar del olvido al maestro Fortes, D. Rafael González se ocupó de la redacción y publicación de este ensayo biográfico del que, de no haberse editado, estaríamos hoy privados de conocer la vida y hechos de este preclaro fontaniego del siglo XVIII.

Pero así mismo, es conveniente y justo hacer una mención al verdadero artífice del trabajo base, como fue el Dr. Ruiz Pilares.

Nacido en Fuentes el 20 de noviembre de 1774 [10], hijo de Lorenzo Ruiz y de Beatriz Pilares, Francisco de Paula José Félix hizo la carrera eclesiástica llegando a «Doctor en Sagrada Teología y Cánones, Catedrático en ambas ciencias y Divina Escritura, Colegial mayor y rector en la Universidad de Osuna, examinador sinodal de Sevilla, Málaga y Córdoba, socio de las Academias de Bellas Letras y Artes de esta última y Vicario Eclesiástico de esta villa (Fuentes). Era varón esclarecido por su ciencia en varios concursos literarios. Por su celo infatigable en las funciones de su sagrado ministerio, por su piedad, costumbres y prudencia. Era natural de esta villa, la cual lloró inconsolable su pérdida» [11] al morir el 12 de enero de 1817 [12], a los 42 años, siendo despedido con «toda la demás suntuosidad que se estila en esta villa en los magníficos entierros».

Según consta en el asiento de su sepelio murió abintestato, es decir, sin hacer testamento, lo que nos puede llegar a conjeturar, unido a su edad, que se trató de una muerte repentina.

Sus restos mortales fueron trasladados a ruegos de sus hermanas y por autoridad del Sr. Arzobispo desde el cementerio a la Iglesia Parroquial Santa María la Blanca el 5 de julio de 1840 «con aparato de entierro general», en cuyo templo reposan en el muro lateral de la segunda nave de la Epístola. Al día siguiente, domingo, «se le cantó la misa» de honras fúnebres en la que predicó el presbítero D. Antonio José Delgado, cura propio de la Parroquia del Omnium Sanctorum de Sevilla que en las primeras décadas de esta centuria había ejercido su ministerio en Fuentes junto a Ruiz Pilares. Según recoge D. Rafael González en el ensayo biográfico, tal panegírico en memoria del Dr. Ruiz Pilares fue impreso y editado, y en él Delgado hacía mención a Fortes, de cuya muerte con fama de santidad fue testigo en sus años en Fuentes.

Sin duda, la repentina muerte de Ruiz Pilares, cuatro meses antes que la de Fortes, coartó considerablemente la difusión de la figura del maestro, más allá de su grato recuerdo que por tradición oral se mantuvo durante algunas décadas entre sus alumnos, discípulos y coetáneos.

El docto clérigo incluso tenía redactado entre sus apuntes el epitafio incompleto del septuagenario maestro, al que pensaba sobrevivir por ley natural, pero que no fue así. Este dice: «Aquí yace el siervo de Dios Juan Fortes, maestro de primeras letras, cultivador admirable de la virtud; ejemplo […] de caridad en consolar y socorrer a los encarcelados, enfermos y necesitados: promovedor infatigable de la enseñanza de la doctrina cristiana; y […] contemplativo. Pasó de esta vida a […] el día…».

Con la redacción del ensayo, D. Rafael González pretendió culminar dentro de sus posibilidades el trabajo iniciado por el Dr. Ruiz Pilares, con el claro objeto de divulgar el nombre y la fama del maestro Fortes y «el recuerdo de sus virtudes», afirmando que «renovado con la publicación de esta biografía se conservará en adelante firme y duradera en la mente y el corazón de los habitantes de Fuentes de Andalucía, del pueblo que tiene la dicha de contarle entre sus más ilustres hijos y preclaros bienhechores».

Fortes fue testigo directo de la transformación sustancial y el engrandecimiento patrimonial que sufrió Fuentes en la segunda mitad del siglo XVIII. Coétaneo de los Ruiz Florindo, vivió la llegada de las primeras ideas ilustradas y la agonía del Antiguo Régimen, e incluso en su vejez, la implantación de la primera Constitución liberal de 1812.

Hoy, 207 años después de su desaparición, y a los 122 de la publicación de su biografía, con este trabajo nos sumamos a las intenciones del Dr. Ruiz Pilares y del presbítero D. Rafael González en la difusión de la figura de este maestro de primeras letras de memorable memoria. Un célebre fontaniego que destacó por los admirables ejemplos de sus virtudes y obras de piedad para con sus convecinos más necesitados. Un hombre de Dios. Una buena persona. 

Francis J. González Fernández
Cronista oficial de la villa de Fuentes de Andalucía


NOTAS:

1] Mi agradecimiento a Ángeles Jiménez Barcia, hija de Manuel Jiménez Ortega «Manolito el de la tienda», descendientes de la familia Fortes que amablemente me ofreció toda la documentación para su estudio y divulgación de la vida del maestro.

2] ARCHIVO PARROQUIAL SANTA MARÍA LA BLANCA DE FUENTES DE ANDALUCÍA (APF). Libro 16 Bautismos. Folio 139r.     

3] APF. Libro 4 Matrimonios. Folio 571r. 

4] ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIAPAL DE FUENTES DE ANDALUCÍA (AHF). Libro 11 Actas Capitulares. Folio 25v.     

5] Ibídem, folio 26r. 

6] Ibídem, folio 26v.

7] (AHF). Libro 12 Actas Capitulares. Folio sin núm. Cabildo 31 de enero de 1790.   

8] APF. Libro 20 Defunciones. Folio 34r.

9] APF. Libro 35 Bautismos. Folio 98r.

FERRER, Melchor. Historia del tradicionalismo. Tomo XXIX. Editorial Católica Española, S.A., Sevilla, 1960.

GONZÁLEZ FLORES, Rafael. La Virgen de la Sierra. Romance histórico-descriptivo. Imp. Manuel González, Écija, 1881.

10] APF. Libro 19 Bautismos. Folio 73v.  

12] Así consta en la lápida sepulcral que se sitúa en la segunda nave de la Epístola de la Iglesia Parroquial Santa María la Blanca de Fuentes de Andalucía, donde reposan sus restos y se le rinde reconocimiento.

13] APF. Libro 20 Defunciones. Folio 25r.