SOBRE EL NOMBRE DEL BLOG

A medio cuarto de legua de la muy antigua villa de Fuentes, en el Reino de Sevilla, se alza una fuente que, desde hace siglos, fue el principal abastecimiento para la «manutenzión del común de estte vesindario», cuyo caudal se nutre de un ingenioso sistema subterráneo de captación y conducción de aguas. Rodeada de vestigios de los distintos pueblos que habitaron estos lares, la fuente aparece citada ya en 1599 en las Actas Capitulares, donde se acordaba «su reparo». Décadas después, en 1690, el Cabildo Municipal dispuso que fuera labrada en piedra. Durante el siglo XVIII, varios miembros de la saga de alarifes Ruiz Florindo, célebres por su huella en la arquitectura barroca de Andalucía occidental, intervinieron en la fuente y su sistema hidráulico. Al igual que en la Fuente de la Reina, otros manantiales y pozos de estas tierras cargadas de memoria e historia, continúan manando agua «buena y clara» desde tiempos remotos; rasgos de un territorio que dieron el nombre a este singular lugar del mundo que es Fuentes, de Andalucía. Como el agua que fluye de esta fuente, es mi intención que de este blog mane un caudal inagotable de historia y patrimonio fontaniego.

lunes, 15 de septiembre de 2025

«…DE LA RIFA DEL CERDO. SEPTIEMBRE DE 1850». Nuevos datos sobre la rifa del cochino de la Humildad en la Fiesta de la Ermita y otras formas recaudatorias de la Cofradía de Consolación.

El hallazgo de nuevos documentos históricos permite, en muchas ocasiones, reformular o ampliar el conocimiento que se tiene sobre una determinada temática objeto de estudio. De este modo, en la edición de 2019 de esta publicación reivindicábamos el ciento cincuenta aniversario de una tradición singular de Fuentes de Andalucía, de notable valor etnológico, inherente a la Fiesta de la Ermita: la rifa del cochino de la Humildad [1]; cuya temática ya abordamos igualmente –aunque de manera menos rigurosa– en la edición de 2005 [2].

Sin embargo, años después, los datos disponibles nos permiten actualizar la cifra de ediciones y, al mismo tiempo, ampliar significativamente el horizonte temporal de esta costumbre. En efecto, no se trata ya de una práctica con 156 ediciones, sino de una tradición que puede documentarse con al menos 175 años de antigüedad.

Un descubrimiento que no solo fortalece el carácter histórico de la propia rifa y de los elementos simbólicos y socioculturales que lo acompañan, sino que contribuye a consolidar esta práctica como una manifestación cultural de hondo arraigo en el contexto de la feria fontaniega cuya relevancia trasciende el acto puntual del sorteo en sí.

La permanencia en el tiempo a lo largo de los últimos 175 años del hecho del sorteo del cerdo vivo y cuanto conlleva socialmente, viene a unirse a la particularidad del origen y evolución de la fiesta en sí, ambos hechos sustancialmente vinculados a la primitiva Cofradía de Nuestra Señora de Consolación –posteriormente conocida como de la Humildad–. Serían los propios cofrades fontaniegos, a su regreso de su anual peregrinación a Utrera cada 8 de septiembre, y en semejanza de cuanto experimentaban en torno al santuario de Consolación durante la romería de la Virgen, los que importarían el formato lúdico, festivo y comercial que allí se desarrollaba, y que en el caso de Fuentes, tendrían lugar en torno al 12 de septiembre, fiesta del Dulce Nombre de María, fecha en la que la cofradía fontaniega rendía culto a su titular letífica [3]. 

Una fiesta que, a lo largo de su dilatada historia, ha sufrido importantes cambios: en su fecha de celebración, fines, nombre, costumbres, formas, imagen o formato, entre otros muchos aspectos. Sin embargo, hay algo que siempre se ha mantenido: el emplazamiento donde se celebra, en torno a la ermita de San Francisco. De ahí proviene su denominación primitiva, única y singular, ya que tomó el nombre del espacio donde tenía lugar. Este nombre se mantuvo vivo en el uso popular, incluso cuando pasó a llamarse oficialmente Feria de Fuentes de Andalucía, transmitiéndose de forma oral el término «Fiesta de la Ermita» hasta su recuperación institucional en 2024.

A pesar de que a lo largo del siglo XIX sería el ente municipal la entidad que asumiera íntegramente la organización de los festejos tomando el testigo de la cofradía de Consolación, ésta no quedaría totalmente al margen de la misma, manteniendo así mismo las celebraciones litúrgicas propias, entre las que tenía lugar la procesión de la Virgen de Consolación, que partiendo de la ermita e iniciándose por la exornada calle Humildad, recorría las calles fontaniegas. 

Los requerimientos económicos de la cofradía de Consolación superaban los de cualquier otra entidad de su clase en Fuentes durante los siglos XVIII y XIX, fundamentalmente por dos motivos. En primer lugar, por su doble condición de cofradía penitencial y letífica, lo que implicaba una duplicidad de gastos para atender los cultos de cuaresma y de Dulce Nombre de María, así como las procesiones del Miércoles Santo y del 12 de septiembre. En segundo lugar, y aún más relevante, por su papel como usufructuarios, custodios y mecenas del templo de San Francisco, lo que conllevaba un notable compromiso económico para el mantenimiento y dignificación del edificio, así como para garantizar el culto durante todo el año. Esta situación obligó a los cofrades de Consolación a recurrir a ingresos extraordinarios, más allá de los donativos o las cuotas de los miembros de la corporación, entre los cuales se encontraban las rifas o sorteos, cuya práctica analizaremos a continuación.

Las rifas o sorteos con fines recaudatorios constituyen una práctica ampliamente extendida en la sociedad contemporánea, cuyo origen se remonta a civilizaciones antiguas. No obstante, su uso como mecanismo para obtener recursos económicos –frecuentemente destinados a fines benéficos o comunitarios, como en el caso que nos ocupa– se consolidó especialmente durante la Edad Media y la Edad Moderna. Su funcionamiento consiste básicamente en la venta de papeletas numeradas consecutivamente a un precio establecido, que participan en un sorteo cuya metodología y fecha están especificadas en el boleto. Una vez extraído el número ganador en la fecha señalada, el poseedor de la papeleta correspondiente adquiere el derecho al premio estipulado.

Esta práctica está ampliamente generalizada en el tejido social, constituyendo una fuente habitual de ingresos para asociaciones, clubes deportivos, hermandades e incluso para personas particulares que han subsistido mediante la celebración periódica de rifas como forma de beneficencia o autofinanciamiento.

En el caso de la rifa del cochino de Fuentes de Andalucía, su origen responde claramente a la necesidad de obtener recursos para el sostenimiento de la cofradía de Consolación, como se mencionó anteriormente. Esta práctica del sorteo de un animal vivo, propia de una zona eminentemente agrícola y ganadera, ofrecía un premio de indudable valor práctico para la familia agraciada, en el contexto de una economía agraria y marcada por la escasez de recursos; y que probablemente surgió en la primera mitad del siglo XIX, en el marco de la celebración de la Fiesta de la Ermita, aprovechando la gran afluencia de público que se congregaba en dicha festividad, lo que facilitaba la venta de papeletas y garantizaba una mayor recaudación.

Aunque el origen exacto de la rifa no puede determinarse con precisión, los datos documentales más antiguos conocidos hasta la fecha se remontaban a 1869, año en el que se decidió rifar una mula; y es a partir de 1870 cuando se introduciría la figura del cerdo como objeto principal del sorteo.

El 13 de junio de 1869«Serreunió la hermandad de el Señor de Humildad en el sitio de costumbre ermita de S.n Francisco de Así y seacordo q.e secomprara una bestia mula para rifarla por dichos hermanos q.e se ayara presente para q.e coste [conste] cofirmamos todo los concurrentes en el día de la fecha» [4].

Un acuerdo que fue rubricado por los oficiales Manuel Labella, José Giménez, Francisco García, Antonio Rivero y Juan de Flores, este último en calidad de hermano mayor.

Los óptimos resultados económicos propiciaron la continuidad de esta práctica, y al año siguiente, en el cabildo celebrado el 12 de junio de 1870 «Sereunio la ermanda del S.n de la humirdad en el sitio de costumbre Ermita de S.n Fran.co de Asi se acordo q.e cerifase el cochino y seis fanega de trigo incluso los dos y para q.e coste [conste] lo firmamos…» [5].

Ahora bien, la localización de varios recibos sueltos correspondientes a rifas celebradas en los años 1849 y 1850, hallados en el archivo de la cofradía de la Humildad, permite retrotraer con mayor certeza la antigüedad de esta práctica. Estos documentos, aunque de carácter contable y disperso, constituyen la evidencia más temprana conocida hasta la fecha sobre la existencia de este tradicional e histórico sorteo organizado por la hermandad, y sitúan documentalmente la rifa del cochino de la Humildad al menos dos décadas antes de lo que reflejan los libros de actas y data [6] del siglo XIX.

En este caso, se trata de cuatro recibos manuscritos sobre papel, en formato de media cuartilla y unidos por un alfiler metálico de costura, hallados entre las páginas del Libro de Data [7] de la cofradía correspondiente a la centuria decimonónica y cuyos títulos enumeramos literalmente a continuación:

    1. Razon de la Rifa del Cerdo. Setre 16 de 1850.
    2. Razon de la Rifa del Borrego Mayo 20 de 1850.
    3. Razon de la Rifa del Borrego. Setre 11 de 1849.
    4. Razon del Producto de la Cerda / Rifada el día 15 de Agosto de 1849.

El estudio del contenido de cada documento aporta no solo la cuantía que la cofradía ingresó como beneficio por cada sorteo, sino también datos complementarios de interés, como el número de papeletas vendidas, el coste de éstas, el precio unitario de las mismas o el detalle de gastos deducidos.

Si analizamos el recibo correspondiente a la rifa del cerdo de la Fiesta de la Ermita de 1850, de él se desprende cómo se vendieron 1.000 papeletas al precio de ocho cuartos cada una –lo que equivalía a 32 maravedíes–, ingresando por la venta 941,6 reales. A falta del coste de la impresión de las papeletas que no poseían a la fecha de la emisión del recibo en cuestión, los gastos ascendieron a 108,6 reales, empleados en papel para los boletos del sorteo, la comisión del demandante por su trabajo en la venta de papeletas, el regalo de algunas de éstas o ¼ de fanega de habas para el cerdo.

Tómese en cuenta que en la España de mediados del siglo XIX, la moneda fraccionaria se organizaba así: 1 real equivalía a 34 maravedíes, y cada cuarto valía 4 maravedíes, por lo que 1 real se dividía en unos 8 cuartos, aunque la cifra no era exacta por la variedad de monedas pequeñas en circulación. Tras la reforma monetaria de 1847, el real de vellón pasó a dividirse oficialmente en 100 céntimos de real, aunque en la práctica durante décadas siguieron usándose los términos tradicionales de maravedí y cuarto en el lenguaje cotidiano y en documentos de contabilidad.

Los beneficios que estos cuatro sorteos realizados por la hermandad entre 1849 y 1850 reportaron el siguiente beneficio para la misma:

    - Cerdo, septiembre 1850 _ 833 reales, a falta de descontar el coste de impresión de la papeletas. Se vendieron 1.000 papeletas al precio de 8 cuartos.
    - Borrego, mayo 1850 _ 83 reales, llegándose a vender 600 papeletas a 2 cuartos.
    - Borrego, septiembre 1849 _ 168 reales. Se vendieron 700 papeletas al precio de 2 cuartos.
    - Cerdo, agosto 1849 _ 542,17 reales, vendiéndose 1.273 papeletas a 4 cuartos.

El reciente hallazgo de la documentación expuesta no solo permite acreditar la notable antigüedad de esta práctica, sino que también posibilita un análisis más detallado de la misma, así como el estudio de una serie de elementos propios y singulares que giraban en torno a la rifa del cochino, sobre los cuales profundizaremos a continuación.

En las cuentas correspondientes al año 1849 aparece documentada la figura del demandante, un personaje esencial en la historia de la hermandad de Consolación durante los siglos XVIII y XIX. Su cometido principal consistía en recorrer diariamente las calles de Fuentes solicitando limosnas en favor de la cofradía, portando para ello la conocida «bacinilla del Señor de la Humildad». Esta vía de recaudación venía a complementar otras fuentes de ingresos habituales de la corporación del Postigo, tales como las cuotas abonadas por los hermanos o los beneficios derivados de rifas y sorteos, analizados en el presente estudio.

La Real Academia Española define bacinilla, en su primera acepción, como «vasija pequeña para diversos usos». En el ámbito específico de las hermandades y cofradías, la bacinilla era efectivamente un recipiente –generalmente de metal o cerámica– de forma cóncava o semejante a un cuenco, destinado a la recogida de donativos voluntarios. Su utilización se extendía a distintos momentos de la vida corporativa: cultos, procesiones, cabildos de hermanos o incluso visitas domiciliarias, en las que el demandante –también mencionado en la documentación como hermano postulante– recorría los hogares de Fuentes para recaudar fondos destinados a las necesidades de la hermandad, percibiendo por esta labor una remuneración establecida.

El análisis del Libro de Data de la cofradía permite constatar que éste no solo cobraba un salario diario, sino que además recibía determinadas compensaciones en especie o gratificaciones al llegar la Fiesta de la Ermita, reflejo de su papel dentro de la cofradía. De manera sistemática, la cuantía de su jornal diario aparece consignada en los asientos contables, precedida en ocasiones del número de jornadas trabajadas. Por ejemplo, en 1820 cobraba un jornal de 3 reales diarios: «Por 347 días a 3 r.s su jornal a el hermano postulante _ 1.014» [8].

Sin embargo, en años posteriores, como en 1826, el jornal se redujo a 2 ½ reales diarios, lo que pone de manifiesto una cierta variabilidad en la retribución económica del demandante. Esta oscilación podría explicarse tanto por las fluctuaciones en la situación financiera interna de la hermandad como por el contexto político y social más amplio, especialmente teniendo en cuenta que, durante el Trienio Liberal (1820-1823), la cofradía se vio obligada a interrumpir temporalmente sus salidas procesionales a raíz de las disposiciones legales restrictivas hacia las corporaciones religiosas. La realidad política de ese periodo dejó sin pasos en la calle a los fieles fontaniegos durante las semanas santas de los años 1822, 1823 y 1824. A pesar de ello, los hermanos del barrio del Postigo mantuvieron el culto interno a sus Titulares.

Junto a esta remuneración monetaria, las cuentas registran ayudas complementarias destinadas a cubrir las necesidades básicas del demandante, generalmente calzado. Entre los ejemplos documentados se encuentran los siguientes apuntes:

    - 1803: «De unos sapatos para el demandante _ 28 reales».
    - 1806: «Por componer los sapatos del demandante _ 12 reales».
    - 1814: «Una manta para el hermano que pide por la calle _ 30 reales».
    - 1815: «Un par de sapatos i un aliño pª el hermano qe. pide p.r la cal _ 35 reales».
    - 1820: «Por dos pares de zaptos y algunos aliños p.a dho. hermo _ 59 reales».
    - 1823: «Al hermano […] un par de sapatos como es costumbre _ 29 reales».

Estos datos, procedentes de la propia contabilidad de la hermandad [9], ilustran no solo la importancia del hermano demandante como figura visible de la cofradía en la vida cotidiana del pueblo, sino también la forma en que la institución se preocupaba de dotarle de los recursos mínimos necesarios para desempeñar dignamente su cometido.

Como se ha señalado anteriormente, la figura del demandante desempeñó un papel destacado en la Hermandad de la Humildad a lo largo de los siglos XVIII y XIX. Una muestra clara de esta importancia se observa durante las obras de construcción de la nueva ermita de San Francisco, que se prolongaron entre 1751 y 1758.

Es particularmente ilustrativo cómo los cofrades y devotos, portando la bacinilla del Señor, recorrían todo el pueblo solicitando limosnas para sufragar los gastos de la obra. Así queda asentado en el Libro de la Obra de la Hermita:

«En la villa de Fuentez, en Catorze días, del Mes de Octubre, del Año, de mil settezis, y Simqta y uno, Franco Fernandez Mono Comenzó apedir, para la, Obra de la Hermita, a Devozion de Gernimo de Aguilar Su Mayordomo de dha hermandad, y de todo el Pueblo =» [10].

Durante los siete años que duró la construcción se recaudaron un total de 51.881 reales en donativos, cifra que evidencia la eficacia y relevancia de esta práctica recaudatoria, en la que la figura del demandante contó excepcionalmente con la colaboración de diversos hermanos de la cofradía. La meticulosidad del Libro de la Obra de la Ermita es tal que incluso documenta cómo, el 9 de marzo de 1796, el hermano postulante interrumpió su labor de pedir limosnas para acudir al Arrecife –camino real que unía Sevilla con Córdoba y Madrid, actual autovía A-4– a presenciar el paso del rey Carlos IV: «Día 9 no pidió el demandante porque se fue a ver al Rey N. S. Carlo quarto q.e en dho día pasó p.r el Arresife» [11]. Este detalle ilustra el carácter diario y continuo de esta actividad recaudatoria. De igual modo, en los apuntes correspondientes a diciembre de 1820 se consigna expresamente «un día que no pidió pr que estaba malo» [12], lo que refleja tanto la constancia en la labor del demandante como la naturalidad con que se registraban incluso las ausencias puntuales debidas a enfermedad u otras circunstancias personales.

Asimismo, durante esta etapa de colectas destinadas a sufragar la edificación del nuevo templo de San Francisco, la hermandad no solo recibió donativos en metálico, sino también en bienes o especies –borregos, gallinas, trigo, cebada, tortas, entre otros–. Estos productos eran empleados por la cofradía para organizar rifas y sorteos, práctica que con el tiempo se consolidaría y que acabaría dando origen a la emblemática rifa del cochino que nos ocupa.

En una relación de bienes de la hermandad ratificada en el cabildo celebrado el 4 de marzo de 1798, en el contexto del relevo del administrador eclesiástico de la ermita, queda patente la posesión de estos animales, que recibidos en donación eran objeto de rifas para obtener beneficios, constando:

« Mas queda un borrego del año pasado en las ovejas de D.ª Isabel de Lora, que lo dio al Señor Dn. Bartolomé Ruiz.
Mas queda un chivo del año pasado en las cabras de Florencia Ruiz, que el mismo dio al Señor» [13].

En el contexto del presente trabajo, es preciso mencionar brevemente otras formas tradicionales de recaudación practicadas por la Hermandad de la Humildad, concretamente las dos póstulas ordinarias que la cofradía solía realizar a lo largo del año. Una de ellas, celebrada en Semana Santa –y que aún hoy perdura cada mañana de Martes Santo–; y la otra, durante el verano, destinada a la recogida de grano, –generalmente trigo o cebada– donada por los hermanos y devotos.

Así lo reflejan diversos apuntes contables del archivo de la hermandad. Por ejemplo, en abril de 1820 se consigna: «En convidar a los que asistieron a pedir la póstula _ 32 reales» [14], y en septiembre de 1822: «En combidar a los hermanos que acompañaron a pedir la póstula del verano _ 24 reales» [15]. Estas póstulas no solo implicaban la colecta de limosnas en especie, sino también diversas labores asociadas, como el trabajo de limpiar y preparar el grano: en septiembre de 1803 consta un pago «De sarandear el trigo del Señor _ 0006» [16]; en diciembre de 1820, «Por zarandear el trigo de la limosna _ 8» [17]; y en septiembre de 1823, «Al sarandero por limpiar el trigo» [18].

Asimismo, se documentan otras fuentes complementarias de recursos, como el «pegujal del Señor»: una pequeña porción de tierra que un propietario agrícola cedía a la hermandad para que la cultivase y se destinaran sus beneficios al sostenimiento del culto. Así, en marzo de 1854 se anota: «Por 8 peonadas de escarda en el pehujar del Señor _ 29» [19], y en octubre de ese mismo año: «Por la siega de pehujar del Señor» [20]. Estas prácticas evidencian el carácter multifacético de las estrategias recaudatorias de la cofradía, que combinaban donativos en metálico, productos en especie y el aprovechamiento agrícola para sostener tanto la vida devocional y el culto, como el templo de San Francisco y la labor asistencial de la hermandad, principalmente el entierro de los hermanos.

A pesar de que a raíz de este trabajo se toma como referencia la fecha de 1850 como punto de partida de las rifas del cerdo celebradas en el marco de las Fiestas de la Ermita con el preámbulo de 1849, esta práctica no era desconocida en la vida de la hermandad con anterioridad a dichas fechas. Un ejemplo de ello ya lo señalamos previamente, cuando referenciamos los sorteos de borregos, gallinas o tortas que se realizaron con elementos donados a la hermandad durante los años de la obra de la ermita a mitad del siglo XVIII.

Diversas anotaciones recogidas en los libros permiten documentar de manera precisa la continuidad y diversidad de estas prácticas. Entre ellas, cabe mencionar, por ejemplo:

  • Año 1819: «En combidar a el que ayudó a la rifa de un Borr.o  [Borrego]_ 4»; y «En habas para que comiera el dho. carnero rifado _ 10».
  • Abril de 1823: «En la rifa para papel y el jornal _ 4».
  • Abril de 1849: «…gratificación a dos pastores que llevaron dos borregos p.ra el S.r [para el Señor] _ 3» [21].
Así mismo, a partir de la fecha de 1850, se registran nuevas menciones relacionadas con estos hechos:
  • Junio de 1851: «Por la impresión de ½ resma de papel p.a las papeletas de rifa _ 56 reales».
  • Junio de 1853: «Por costo de una novilla que está en el piara del hermº. Mayor, S.r Antonio Flores _ 220 reales».
  • Marzo de 1854: «Por un pedazo de verde para la novilla del Sor».
  • Abril de 1863: «Por traer la becerra de la feria _ 10».
  • Mayo de 1863: «Gasto de la becerra _ 540».
  • Septiembre de 1863: «Gasto de la rifa y la becerra _ 244».
  • Junio de 1864: «Para papeletas para la rifa del cuadro _ 42».
  • Junio de 1894: «Por la hechura de barias papeletas para la rifa del cuadro _ 8» [22].

De especial interés resulta el testimonio recogido del acta del cabildo celebrado el 29 de agosto de 1897. En él se acuerda:

«…que se repartiesen desde luego entre los hns. [hermanos] las papeletas de la rifa del cerdo, que se celebrase la funcion solemne el dia 12 primero de la velada con ejercicios cantados pr [para] la noche en todas tres tardes en honor de Ntra. Sra. de Consolacion…» [23].

De este modo, desde finales del siglo XIX quedó consolidado de manera estable el cerdo como premio central de la rifa, desapareciendo prácticamente la inclusión de otros animales que, como se ha documentado, sí figuraban ocasionalmente en décadas anteriores.

A lo largo de buena parte del siglo XX, la práctica habitual de la hermandad consistía en la compra anticipada del cerdo, meses antes de la feria, para su posterior engorde. La persona encargada de su cuidado percibía un pago mensual, que a principios de siglo era de cuatro reales, lo que implicaba una inversión continua en el cuidado y alimentación del animal. Por ejemplo, en 1905 se registraron gastos por valor de 400 reales destinados a la adquisición del cerdo para la rifa de ese año; y en los meses siguientes, se documentaron diversos desembolsos tales como 30 reales por media fanega de maíz (en dos ocasiones), 4 reales en pastos, 68 reales por dos fanegas de cebada o 65 reales en conceptos de «afrecho, molienda y porte» [24].

El número de papeletas para la rifa aumentó progresivamente con el paso de los años. En 1905 se imprimieron 4.000 papeletas, con un coste total de 48 reales. Para la Fiesta de la Ermita de 1924, la hermandad obtuvo ingresos por 1.500 pesetas tras la venta de 6.000 papeletas, cuyo precio unitario era de 25 céntimos de peseta. En 1930, la cantidad ascendió a 7.000 unidades; en 1948, a 11.000 papeletas vendidas a 0,50 pesetas cada una; y en 1953 se alcanzó la cifra de 12.000 papeletas. En 1959, el precio de la papeleta aumentó de 0,50 a una peseta. En 1963 se vendieron 15.000 papeletas a una peseta, en 1964 el precio se duplicó hasta dos pesetas y, en 1975, alcanzó las cinco pesetas por papeleta [25].
Durante las décadas de 1940 y 1950, la tradicional rifa del cochino sufrió una alteración excepcional en el contexto histórico de la escasez y penurias de la posguerra. En esos años, el animal fue sustituido por un premio económico en metálico, inicialmente de 500 pesetas, que en 1947 aumentó a 1.000 pesetas, opción que resultó más atractiva para los fontaniegos de la época.

Ejemplares originales de papeletas de los años 1898, 1921 y 1943.

Sin embargo, en 1959 se recuperó la presencia del cerdo en la rifa, con la venta de 12.000 papeletas. El afortunado ganador fue Antonio Soldado Laredo, quien, tras recibir el animal, «regaló al Señor» 50 pesetas en donativo; una práctica habitual entre los agraciados. Por ejemplo, en 1930 la premiada fue Rosario León, quien entregó cinco pesetas en donativo a la hermandad. Asimismo, se documentan otros ganadores en distintas fechas: en 1943, Estrella Lora; en 1944, Gertrudis Jiménez Fernández; en 1945, Antonio Navarro; en 1947, José Hidalgo; en 1948, Manuel Jiménez Cano; en 1950, Ignacio Castaño; en 1951, Sebastián Márquez; o en 1954, Manuel Labella Ruiz [26].

De este modo, desde 1959, con las únicas excepciones de 1963 y 1964 –años en los que el premio fue sustituido por una becerra–, se ha mantenido la rifa de un cerdo vivo, tradición que perdura hasta la actualidad (2025).


Todo preparado para el momento de extraer el número premiado de los tradicionales bombos de sorteo, cuyo sistema se mantiene. [Serie de fotografías antiguas cedidas por Adela Herce Muñoz, procedente del archivo familiar de su padre, «Manolo Millán»]. 


Los hermanos de la Humildad en la puerta de la Ermita la noche del sorteo. En el centro, el hermano mayor Manuel Herce «Manolo Millán». A la derecha, agachado, sujetando la cuerda a la pata del cochino, José Flores «Pepe el Bizco». 


Rifa del cochino en la Fiesta de la Ermita de 1959. En primer plano sentado sobre la mesa, Miguel Cantero. Sentado, José González «Perrojato». En pie, con corbata, junto al bombo, el hermano mayor Manuel Herce «Manolo Millán».

Un personaje estrechamente vinculado a la tradicional rifa del cochino durante las décadas centrales del siglo XX fue José Flores Moreno, conocido como Pepe «el Bizco». Éste mantenía una estrecha relación con la Hermandad, y bajo comisión se encargaba cada año de vender centenares, e incluso miles, de papeletas en las semanas previas al sorteo. Cada mañana, acompañado del cochino sujeto por una cuerda atada a una pata, Pepe recorría las calles de Fuentes, deteniéndose en esquinas, tabernas o en «La Plaza» del mercado. El paso del animal marcaba el ritmo del recorrido y, si en alguna esquina el cochino encontraba un charco, allí mismo se detenía a revolcarse hasta que, motivado por el maíz que Pepe le iba echando a puñados, conseguía llevarlo por el camino deseado.

Durante los días de la Fiesta de la Ermita, al caer la tarde, Pepe se personaba con su inseparable cochino a las puertas de la ermita, donde en compañía del hermano mayor Manuel Herce –Manolo Millán– y otros hermanos de la cofradía, año tras año se repetía la misma estampa: una mesa petitoria, varias sillas, la campana de mano para atraer la atención de los feriantes y los tacos de papeletas que pretendía vender en el mayor número posible.

Este oficio, sin embargo, no comenzó con Pepe «el Bizco». Ya con anterioridad existía la figura del vendedor de papeletas. Así, por ejemplo, en 1905 este personaje recibió 36 reales de comisión –equivalentes al 15 % del valor de cada boleto– tras vender 600 de las 4.000 papeletas emitidas. En 1943, ya con Pepe desempeñando el cargo, llegó a percibir 215 pesetas por la venta de 4.300 papeletas de las 5.000 puestas en circulación, con un coste unitario de 0,50 pesetas [27].

La vinculación de Pepe con la Hermandad de la Humildad trascendía la venta de papeletas. Entre otras funciones, ejercía de cobrador de los recibos de los hermanos y se encargaba del reparto domiciliario de las túnicas –propiedad de la cofradía– así como de su posterior recogida.

La presencia del cochino por las calles de Fuentes no concluyó con la vejez de Pepe «el Bizco», ya que fue relevado por su hijo, José Luis Flores –sacristán de Santa María la Blanca durante la etapa de D. Manuel de Azcárate como párroco–, aunque finalmente la tradición terminó por desaparecer.
No obstante, durante algunos años más perduró la costumbre de colocar el cochino cada noche ante la puerta de la ermita. Allí permanecieron los hermanos de la Humildad hasta la Feria de 1982, trasladándose posteriormente a la llamada «puerta del campo», en la parte trasera de la residencia de las Hermanas de la Cruz, donde la tradición continúa hoy, frente a la fachada principal de la Caseta Municipal.

Es cierto que en las últimas décadas se ha ido perdiendo el atractivo que antaño generaba la presencia del cerdo vivo. La remodelación de la huerta de la ermita, llevada a cabo como parte de las obras de ampliación de la residencia de ancianas de las Hermanas de la Cruz, emprendidas ya iniciado el siglo XXI, supuso la desaparición de los corrales existentes y, por tanto, la falta de un espacio idóneo donde alojar al cochino durante los días de feria, una vez que la Hermandad retiraba la mesa de venta de papeletas.

Quizá estas circunstancias precipitaron una decisión que, de otro modo, habría llegado más tarde. En la actualidad, estas rifas se enfrentan a desafíos relacionados con la normativa sanitaria y el creciente interés por el bienestar animal, lo que ha llevado, en algunos casos, a modificar la práctica tradicional. Así sucede en el caso fontaniego, donde actualmente el premio pasa directamente de la granja a manos del ganador, evitando la exposición pública del animal.





No obstante, pese a estos cambios, la Hermandad de la Humildad ha logrado mantener viva esta costumbre centenaria. Cada noche de feria, los hermanos continúan instalándose en el lugar habitual, haciendo sonar la campana para atraer la atención de los feriantes y vendiendo papeletas con el mismo empeño de siempre. Como cada año, el último día de la Fiesta de la Ermita se celebra el sorteo de forma pública, siguiendo el rito tradicional: todas las matrices de las papeletas vendidas se introducen en el viejo barril que, a modo de bombo, reúne todas las oportunidades. De su interior, una mano inocente extrae el número agraciado que otorga al poseedor la propiedad del cochino de la feria.

Sin lugar a dudas, el momento del sorteo constituía, y continúa siendo, el punto álgido de la celebración de la rifa del cochino y de todo lo que esta práctica conlleva. Para garantizar la seguridad del acto, era costumbre solicitar la presencia de la autoridad competente, a la que además se gratificaba económicamente. Un ejemplo ilustrativo se encuentra en las cuentas correspondientes a la rifa de 1926, donde figuran 10 pesetas destinadas a la «Gratificación a los municipales por su ayuda en la noche de la rifa» [28], un apunte que se repite con frecuencia con posterioridad.

Asimismo, en 1930 se incorporó también una remuneración al niño encargado de extraer la papeleta premiada. Durante las décadas de 1940 y 1950, esta función fue desempeñada por niñas del internado de las Hermanas de la Cruz.

Otro gasto recurrente, hasta la llegada del alumbrado público al callejero fontaniego en la segunda mitad del siglo XX, era la contratación de un punto de luz. Este suministro permitía instalar una bombilla en la puerta de la ermita para iluminar la mesa del cochino durante la venta de papeletas y el sorteo. Por ejemplo, en 1953 se abonaron a Manuel Flores Rubio 50 pesetas por tales servicios.

La rifa del cochino, tradición emblemática de la Fiesta de la Ermita en Fuentes, representa mucho más que un simple sorteo; es un vínculo vivo con la historia, la cultura y la identidad fontaniega. Con al menos 175 años de historia, esta costumbre ha sabido mantenerse vigente gracias al esfuerzo constante de la Hermandad de la Humildad, a la participación de feriantes y visitantes y a la generosidad de los hermanos que regalan el cerdo a la cofradía, como vienen ocurriendo en las últimas décadas.

Aunque las formas han cambiado –como la supresión de la exhibición pública del animal –, el espíritu de la tradición perdura. La venta de papeletas, el sorteo público y la implicación comunitaria siguen siendo los pilares que sostienen esta práctica centenaria. Así, la rifa del cochino no solo preserva un legado, sino que también engloba aspectos destacados como el sentido de pertenencia y la transmisión intergeneracional de las costumbres, poniendo en valor la importancia de mantener vivas raíces y tradiciones autóctonas.

El Postigo, la Ermita, la Feria, la Humildad, el cochino, sus papeletas… una serie de elementos inseparables que son origen y tradición cada año en esta tricentenaria fiesta; en la que una de sus señas de identidad celebra este año un destacado aniversario, tras el hallazgo de los nuevos datos expuestos en el presente trabajo.

Y culmino como ya lo hice años atrás: A la feria, fontaniegos, al Postigo, a la Fiesta de la Ermita a disfrutar, y que compren muchas papeletas para que les toque el cochino.

Francis J. González Fernández
Cronista oficial de la villa de Fuentes de Andalucía

NOTAS:

1] A lo largo del presente trabajo se hará referencia indistintamente a la cofradía de Consolación o a la cofradía de Humildad, denominaciones que responden, respectivamente, a la advocación primitiva y a la nomenclatura actual de una misma corporación.

2] Véanse: La rifa más antigua. En Revista de Feria de Fuentes de Andalucía 2005. Fuentes de Andalucía (Sevilla): Delegación de Festejos del Ayuntamiento de Fuentes de Andalucía, 2005, IIª época, págs. 12-13; y Siglo y medio de la rifa del cochino. 1869-2019. En Revista de Feria de Fuentes de Andalucía 2019. Fuentes de Andalucía (Sevilla): Delegación de Fiestas Populares del Ayuntamiento de Fuentes de Andalucía, 2019, IIª época, págs. 54-57.

3] Para conocer más, véase GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, Francis J. «La cofradía filial de Nuestra Señora de Consolación de la villa de Fuentes de Andalucía (Sevilla)» en Campa Carmona, Ramón de la, coord. Actas Congreso Internacional Mariano Consolatrix Afflictorum. Historia, espiritualidad, devoción, arte. Sevilla: Real, Antigua e Ilustre Hermandad del Santísimo Cristo de la Vera Cruz, María Santísima de la Soledad y Nuestra Señora de Consolación, Patrona de Carrión de los Céspedes, 2022, págs. 657-683.

4] Archivo de la Hermandad de Humildad de Fuentes de Andalucía (AHHF). Libro delos Cavildos dela Hermandad de Nuestra Señora de Conzolacion zita Enla Hermita de Nuestro Padre San Franco de esta villa de Fuentes. Año de 1732, fols. 72r -72v.

5] Ibíd., f. 75r.

6] Libro de data: Libro contable utilizado para registrar los pagos o egresos efectuados por una institución o entidad. Complementa al libro de ingresos o caja, y contiene anotaciones sobre conceptos de gasto, beneficiarios y cantidades abonadas.

7] AHHF. Libro de Data en el qual se apuntan los Gastos que se hacen respective a la Hermita del S.r S.n Fran.co de Asis de esta v.a de Fuentes. 1803-1882.

8] Ibíd., f. 31v.

9] Ibíd., f. 9v., 14r., 22r., 25v.; páginas sin foliar a partir de 1820.

10] Archivo de la Catedral de Sevilla (ACS), Sección varios, Serie Priorato de Ermitas, Libro 93, Libro de la Hermandad de Ntra. Señora de Consolación. Obra de la Hermita, y cuentas de la Hermandad, siendo Mayordomo Gerónimo de Aguilar, 1753-1803, f. 8r. 

11] Ibíd., f. 43r.

12] AHHF. Libro de Data…, s.f.

13] AGAS, Sección Administración General, Lib. 15851, Libro para los gastos de la Hermandad de Nuestra Madre y Señora de Consolación. Años 1768-1803, s.f.    

14] AHHF. Libro de Data… f. 31v.

15] Ibíd., s.f.

16] Ibíd., f. 10r.

17] Ibíd., s.f.

18] Ibíd.

19] Ibíd.

20] Ibíd.

21] Ibíd., f. 31r., s.f.

22] Ibíd., s.f.

23] AHHF. Libro delos Cavildos…, f. 86r.

24] AHHF. Libro de Cuentas de la Hermandad de Ntro. Señor de la Humildad, 1897-1975, s.f. El término afrecho hace referencia al residuo o salvado que queda tras moler y cernir los cereales, especialmente el trigo, utilizado como alimento para ganado.

25] Ibíd., s.f.

26] Ibíd.

27] Ibíd.

28] Ibíd.


Ref. bibliográfica: GÓNZALEZ FERNÁNDEZ, Francis J.«…De la Rifa del Cerdo. Septiembre de 1850». Nuevos datos sobre la rifa del cochino de la Humildad en la Fiesta de la Ermita y otras formas recaudatorias de la Cofradía de Consolación. En Revista de Feria de Fuentes de Andalucía Fiesta de la Ermita 2025. Fuentes de Andalucía (Sevilla): Excmo. Ayuntamiento de Fuentes de Andalucía, 2025, núm. 25, págs. 56-71.  

 

ORDEN Y ESPECTÁCULO: Reglamentación municipal para el teatro en la Fiesta de la Ermita de 1888


Era domingo, y las hojas de los almanaques que colgaban en las puertas de las alacenas fontaniegas marcaban en bermellón el número 9. Pero aquel domingo no era un domingo cualquiera. Era septiembre de 1888, y el Postigo lucía engalanado como cada año al llegar estas fechas, los días de la Fiesta de la Ermita.

Desde «la Cruz», en la esquina de la calle Lora, hasta los alrededores de la propia ermita de San Francisco, se sucedían una hilera de puestos, tómbolas, tenderetes y casetillas. Ya olía a almendras y garbanzos tostaos y los peroles de la buñolería estaban llenos de aceite.

Los empleados municipales, como cada año, habían puesto todo de su parte para la ardua tarea de reparar el deficiente empedrado de gruesos guijarros de la calle Humildad; y de las berlingas clavadas al efecto lucían gallardetes, banderas descoloridas y los farolillos que al caer la tarde eran encendidos. Eran de colores, y con una mecha en su interior, normalmente se prendían con estearina, una especie de grasa empleada para este tipo de iluminaciones efímeras, conocidas como «a la veneciana».

El tablao de la música, que durante todo el verano había permanecido instalado en la entonces plaza de la Constitución, frente al ayuntamiento, para los conciertos domingueros de verano de la banda de música ya no estaba allí. Había sido alzado donde moría la calle de la Humildad y se diluía la amplia explanada que niños y mayores nombraban El Portillo, probablemente por haber existido allí una pequeña puerta que, en épocas de epidemias, y con la vieja villa barreada –cercada– daba acceso a la población, previo control.

En ese mismo paraje se levantaba también la plaza de toros, de palos y tablas, donde en las tardes de la fiesta, y algún que otro domingo cercano, se lidiaban reses bravas, muy probablemente de los hierros del fontaniego José María Escalera Fernández de Peñaranda o del campanero Antonio Dana [1].

Pues aquel mismo domingo 9 de septiembre de 1888 –primer día de la Fiesta de la Ermita de ese año–, los regidores municipales fueron convocados a una sesión plenaria de carácter extraordinario en las Casas Consistoriales de Fuentes de Andalucía.

Al parecer, de manera imprevista y apresurada, en las mismas vísperas de la celebración se había personado en el pueblo un empresario teatral con la intención de ofrecer varias funciones durante los días festivos. Para ello, levantó un efímero recinto de tablas, con un modesto escenario y un peculiar patio de butacas de sillas de palo y enea, todo ello cercado con un improvisado muro de palos y lonetas. Muy probablemente lo instalaría sobre los muros laterales de la ermita o del cementerio de la época, contiguo a dicho templo, el cual, durante décadas, compartió espacio inmediato con la fiesta.

Estos espectáculos ambulantes eran comunes en las fiestas de los pueblos, y solían ofrecer representaciones variadas, aunque predominaban aquellas de carácter cómico y las comedias de corte costumbrista.

«[…] Previa citación y anuncio al público según está prevenido se reunió el Ayuntamiento Constitucional de ella [Fuentes de Andalucía] […] bajo la presidencia del Sr. Alcalde Dn. Roque Vasco Armero» [2].

Abierta la sesión por el presidente, éste expuso

«[…] que dando principio en el día de hoy la Velada de la Ermita, y concedido permiso para poder establecer un teatro de verano próximo donde aquella se celebra, le parecía conveniente establecer varias reglas o condiciones para el buen orden y régimen interior del referido teatro, con el fin de evitar los disgustos y abusos, que se han notado en años anteriores» [3].

Ante tales circunstancias, los concejales presentes, enterados y

«considerando muy laudable la proposición del Sr. Presidente, por unanimidad se acordó: que se haga saber al público por medio de los correspondientes edictos que se fijarán en los sitios acostumbrados de esta Población, lo siguiente:

1ª Que toda persona que concurra al referido teatro, lo hará con la correspondiente entrada o permiso del encargado o representante de la empresa del mismo, y que una vez entrada en él, guarde la posición debida y ocupe el lugar que le corresponde.

2ª Queda prohibido el gritar o dar voces, ni a los actores ni a los espectadores, si no guardar el silencio que es consiguiente en estos actos.

3ª Queda prohibida absolutamente el que se vendan ni introduzcan bebidas espirituosas en el referido teatro.

4ª Que en atención a que las sillas o asientos que tiene la empresa o compañía carecen de numeración, se entenderá que las que están tendidas o dobladas es prueba que están ocupadas sin permitir que persona alguna la levante y use sin el correspondiente permiso de a quien corresponden.

5ª Que se evite en lo posible la aglomeración de personas en las entradas y salidas, sino es que estas se verifiquen con el mayor orden, sin dar lugar a que se cometan atropellos.

6ª Que se cuide mucho el que en los puestos de bebidas que se establecen estos días de velada no haya escándalo ni abusos inmorales que desprestigien el buen nombre de la sociedad.

7ª Que se encargue a los dependientes, serenos, y Municipales de este municipio, guarden y hagan quedar todo lo expuesto y además que el Sr. Presidente le de la publicidad debida y castigue de arreglo a la ley las infracciones que se cometan» [4].

Y sin más asuntos que tratar, se dio por concluida la sesión. No es de extrañar que del salón de plenos se fueran para la Feria, Carrera alante, hasta El Postigo.

El deber de la autoridad local de velar por la seguridad y buen desarrollo de los festejos ha sido una constante a lo largo de la historia de la fiesta. Un ejemplo de ello lo encontramos en 1836, cuando el ayuntamiento fontaniego, en sesión plenaria, acordó

«[…] que en atención a estar próxima la Velada llamada de la Hermita, se establezca ésta en el mismo paraje que se acostumbra estableciendo las tiendas y puestos en la calle Cruz, lo que arreglarán los diputados de fiestas poniéndose un auto de buen gobierno por el Alcalde primero Constitucional en el mencionado punto para que sin impedir el regocijo público se conserve el orden y la tranquilidad bajo las penas penitenciarias que imponga por defectos menores, y que se encargue a los comandantes de la Milicia Nacional Local de ambas armas bajo su más estrecha responsabilidad la conservación del buen orden de dicha velada estableciendo las correspondientes guardias la infantería y patrullando de noche y día los de caballería pie a tierra» [5].

Sea como fuere, en aquel 1888 los fontaniegos disfrutaron de entretenimiento teatral durante la Fiesta de la Ermita, debidamente regulado y bajo el control de la autoridad municipal; aunque aquel 1888 no fue un buen año.

A pesar de que España vivía bajo un cierto barniz de prosperidad y europeísmo durante la regencia de la reina María Cristina, la campaña de aquel año resultó especialmente difícil para la inmensa masa de jornaleros y braceros de los campos de Andalucía. Mientras tanto, en Madrid, Cánovas y Sagasta se alternaban en el poder, liderando a conservadores y liberales en el conocido turno pacífico. Había paz, pero aquel año llovió mucho.

Ello provocó una situación calamitosa, que quedó patente en la sesión plenaria celebrada por el Ayuntamiento de Fuentes de Andalucía el 30 de abril de 1888. En ella,

«[…] se hizo presente, que a consecuencia de haberse presentado de nuevo los temporales con lluvias excesivas, los trabajadores o jornaleros de campo, se le han presentado varios en Comisión, demandando socorro, pues no podían continuar del modo que estaban, sin tener absolutamente para alimentarse ni a sus hijos, y por consiguiente, lo ponía en conocimiento del municipio para que en su vista, acordarse lo que se considerara de justicia. El mismo enterado y convencido de la verdad de lo expuesto, pues no hay quien ocupe a tan numerosa clase proletaria, para ningunas de las operaciones agrícolas, por no poderse salir a los campos, que se encuentran inundados, por unanimidad acordó: que se abran por segunda vez los trabajos de composición de ruedos costeados por los fondos municipales, dándoles trabajo a los más necesitados y señalándoles de jornal setenta y cinco céntimos de peseta diarios a cada uno […] e invítese también por segunda vez a los dueños de carro para si quieren contribuir a remediar en parte la calamidad, faciliten aquells con su caballerías, para arrimar tierra, grava y piedras, al punto donde lo necesite, pero todo bajo el concepto de servicio voluntario, y sin retribución alguna […]» [6].

Las cosechas no fueron buenas, pero el ocaso del verano trajo consigo, en Fuentes, esos días feriados que permitían olvidar las penas, al menos por unos días. Y las calles del barrio del Postigo volvieron a llenarse del bullicio propio de estas fechas. Las posadas de Cristóbal Álvarez, Francisco Carmona, José Fernández y Sixto Requena [7] estarían al completo, pues la llegada del ferrocarril, años atrás, no solo había supuesto una mejora de las comunicaciones comerciales para Fuentes, sino también un notable aumento de visitantes a los días de las fiestas, como en este caso, en los trenes que llegaban desde Marchena, La Luisiana o Écija.

Eran los tiempos de Fernando de Llera y su hermano José María, o del maestro Vilches, entre otros tantos fontaniegos preclaros que dejaron su nombre y su legado en la historia de Fuentes y sus gentes, que en aquel 1888 contaba con 6.924 habitantes [8]. Y pese a las dificultades económicas y sociales de la época, en los días de la Fiesta de la Ermita, los fontaniegos encontraban en la celebración, el encuentro y la tradición un espacio para reafirmar su identidad y huir, aunque de manera efímera, de la áspera realidad que, a diferencia del escenario, no era teatro. 

Francis J. González Fernández
Cronista oficial de la villa de Fuentes de Andalucía

NOTAS:

1] Información obtenida de un cartel de festejos taurinos celebrados en Fuentes en septiembre de 1896. Reproducido en: GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, Francis J. Tardes de Toros: Festejos taurinos en Fuentes de Andalucía desde el siglo XVI. Revista de Feria de Fuentes de Andalucía 2015. Fuentes de Andalucía (Sevilla): Delegación de Fiestas Populares del Ayuntamiento de Fuentes de Andalucía, 2015, IIª época, págs. 41-47.  

2] ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE FUENTES DE ANDALUCÍA (AMF). Sección Gobierno. Legajo 3. Actas Capitulares 1885-1890, f. 12v. Sesión 9 de septiembre de 1888.

3] Ibíd., fols. 12v-13r.

4] Ibíd.

5] AMF. Sección Gobierno. Libro de Actas Capitulares nº 16, 1829-1836, s.f. Sesión 6 de septiembre de 1836.

6] AMF. Sección Gobierno. Legajo 3. Actas Capitulares 1885-1890, f. 64r-64v. Sesión 30 de abril de 1888.

7] Anuario del Comercio, de la Industria, de la Magistratura y de la Administración. Madrid, Establecimiento Tipográfico de los Sucesores de Rivadeneyra, 1888, p. 1651.

8] Ibíd.


Ref. bibliográfica: GÓNZALEZ FERNÁNDEZ, Francis J. Orden y espectáculo: Reglamentación municipal para el teatro en la Fiesta de la Ermita de 1888. En Revista de Feria de Fuentes de Andalucía Fiesta de la Ermita 2025. Fuentes de Andalucía (Sevilla): Excmo. Ayuntamiento de Fuentes de Andalucía, 2025, núm. 25, págs. 74-78.  

«LA CALLE ES MÍA». Sobre la callejuela Mal Suceso y sus intentos de pasar a manos privadas.

A finales de mayo de 2025, la Policía Local de Fuentes de Andalucía comunicaba en sus redes sociales que «Por motivos de seguridad y peligro de derrumbe se ha cortado con valla metálica la circulación de peatones en la calle Ruiz Florindo». Tal hecho no nos resultó insólito, pues esta peculiar vía del trazado viario fontaniego más remoto no ha estado exenta a lo largo de su historia de la privación de su uso por parte de la población. 

Esta callejuela, durante siglos, no ha sido más que un callejón que comunicaba las calles Mayor y Hurtado, delimitada por los costados de las casas cuyas fachadas principales se abrían a las vías antes citadas. Esto implica que, a pesar de existir desde la conformación del primitivo núcleo poblacional, las referencias documentales a esta calleja son prácticamente inexistentes.

Su cita más remota data de 1861, en la que según el padrón parroquial de la época tenía tres casas, apareciendo en la forma «Callejuela Mal Suceso».

El evidente origen de su nominación nos hace fundamentarnos en un trágico acontecimiento de alguna disputa o enfrentamiento con final fatal, que la ciudadanía tomó como referencia para denominar a la calleja, y de cuyo uso oral se perpetuó en el tiempo.

En 1944, un grupo de vecinos formularon instancia al ayuntamiento solicitando autorización para proceder a incomunicar con una verja de hierro –por la parte de la calle General Armero– la calle Mal Suceso y tapiarla por la calle Pozo Santo; accediendo los gestores a dicha petición en el pleno del 1 de agosto «por ser beneficioso para esta villa, pues con ello se evita continúe dicha calle siendo un vertedero de inmundicias», pasando a ser ésta de uso privado de los vecinos colindantes.

Un año después, en marzo de 1945, el vecino Julio Velázquez García de Vinuesa solicitó al ayuntamiento le fuera «vendido el trozo estrecho del final de la calle Malsuceso, que tiene aproximadamente una longitud de 28 metros por 2 de ancho, alegando el haber quedado inutilizado al tapiar dicha vía por su parte posterior», pero tras una amplia y deliberada discusión se acordó por unanimidad desestimar dicha instancia.

La calle permaneció cerrada durante décadas, a pesar de los intentos de su reapertura. Así ocurrió en 1972, cuando el concejal José Rubio López propuso en el pleno del 13 de septiembre «la posibilidad de apertura al tránsito de la calle Mal Suceso, clausurada en uno de sus extremos, o su cierre total si así se creía conveniente porque en ella se arrojaba suciedad; estimando que su apertura podría ser conveniente para más corto acceso al Mercado de Abastos». Propuesta que quedó en estudio sin llegar a ser efectiva en la fecha.

Fue con la llegada del nuevo régimen cuando tal apertura se consumó en los primeros meses de gobierno de la primera corporación municipal de la Democracia. En junio de 1979 la Asociación de Vecinos «Sebastián Domínguez» solicitó al ayuntamiento –en  nombre de los vecinos de la calle Pozo Santo– que fuera reabierta la calle Malsuceso, facilitando la conexión de la calle Pozo Santo con la calle General Armero. Aprobada tal petición, con la reposición pública de la vía el gobierno local aprobó la pavimentación y alumbrado de la calle y su uso exclusivo peatonal, que no fue llevado a pleno hasta enero de 1981.

En tal sesión, el alcalde Sebastián Martín expuso que «que hechas averiguaciones e interesado informe al secretario no ha podido saberse el origen del nombre de Mal Suceso dado a esta céntrica calle. Únicamente y como mera opinión parece ser que podía haberse así denominado como consecuencia de algún hecho luctuoso acaecido en el lugar hace ya muchos años. Propone sea mejorada dicha calle con pavimentación típica y alumbrado de farolas de forma que desaparezca su sórdido aspecto dado el lugar tan céntrico en que se haya ubicada, para lo que se cuenta además con la colaboración del vecino Sr. Pérez García en lo que respecta a fachada de su propiedad, y darle nuevo nombre que bien podría ser el de los Ruiz Florindo, maestros alarifes locales del siglo XVIII a los que tantas magníficas obras se les deben, que se conservan en su mayoría actualmente y que constituyen el Fuentes monumental».

Tras deliberación del plenario, la propuesta fue admitida con el voto favorable unánime de todos los capitulares, sustituyendo el nombre de Malsuceso por el de Maestros de Obras Juan y Alonso Ruiz Florindo, aunque finalmente fue efectivo en la forma Maestros Alarifes Ruiz Florindo.

Francis J. González Fernández
Cronista oficial de la villa de Fuentes de Andalucía



Ref. bibliográfica: GÓNZALEZ FERNÁNDEZ, Francis J. «La calle es mía». Sobre la callejuela Mal Suceso y sus intentos de pasar a manos privadas. En Fuentes Cultural. Revista de información cultural, turística y de ocio de Fuentes de Andalucía. Fuentes de Andalucía (Sevilla): Excmo. Ayuntamiento de Fuentes de Andalucía, 2025, núm. 7, págs. 12-13.

viernes, 16 de mayo de 2025

LA NOCHE DEL FUEGO. En el bicentenario de la pérdida del retablo del Señor de la Humildad de Fuentes de Andalucía. 1824.

La implicación plena y absoluta de la Hermandad de la Humildad en la construcción de la nueva ermita de San Francisco –levantada entre 1751 y 1758 bajo la dirección del hermano de la cofradía Alonso Ruiz Florindo–, queda igualmente patente en la premura con la que ésta acometió la ejecución del nuevo retablo mayor para el flamante templo.  

A pesar de no ser la propietaria del inmueble, la hermandad -como usufructuaria de la misma- llegó a convertirse en la principal promotora de la ermita, asumiendo en gran medida el montante de los gastos, a cambio de lo que impuso ciertas prerrogativas a la fábrica parroquial. Así queda reflejado en el acta del cabildo celebrado por los hermanos de la Humildad el 11 de octubre de 1751, bajo la presidencia del vicario D. Sebastián Fariñas. En dicha sesión, en la que acuerdan la demolición de la vieja ermita y su reedificación, determinaron que la hermandad concurriría a los gastos en la medida de sus posibilidades y sin faltar a sus principales obligaciones, «con la prebención a q, cuando llegue el caso de fabricar dha Hermita se a de disponer su Capilla maior de forma que puedan colocarse en ella demás del titular que es el S.r S.n Franco de Asís, se an de colocar asimismo en ella el S.r de la Umildad y Paciencia, y la Virgen de Consolación y el S.r S.n Juan Bautista. Y así lo acordaron y firmaron…»

Si bien el nuevo templo –culminada la obra de albañilería– fue bendecido en septiembre de 1758, habrían de disponer a las sagradas imágenes en retablos efímeros provisionales o con piezas reaprovechadas, muy probablemente procedentes del primitivo templo. En la data de 1758 consta cómo se le abonó al maestro carpintero Hermenegildo Pérez 511 reales por las puertas de la calle y 368 por la hechura del púlpito y el «aliño del retablo del Señor». Asimismo, consta los apuntes de 150 reales por poner el retablo del Señor y 500 de trabajos sobre el mismo. 

Todo ello no sería más que una circunstancia temporal, pues una vez instalada en el nuevo edificio la cofradía emprendió inmediatamente la ejecución del retablo mayor, como queda patente en la relación de gastos que hace el mayordomo Bartolomé Ruiz, que entre el 20 de octubre de 1758 y el 8 de diciembre de 1762 desembolsa la cantidad de 4.500 reales por la hechura del retablo del Señor de la Humildad, a la sazón, el mayor de la nueva ermita de San Francisco. 

Al igual que se hiciera durante los años de la obra, para poder afrontar estos gastos extraordinarios la hermandad pidió donativos repetidamente, casa a casa, a los fontaniegos de la época, cuyas aportaciones más cuantiosas quedan claramente asentadas en la documentación archivada; prueba de ello son los 94 reales recogidos por el devoto Francisco Fernández en agosto de 1759 o los 200 que en febrero de 1769 se juntó para el dorado del retablo. 

Y es que, culminada la producción y talla del retablo, este fue instalado a falta de su dorado, cuyo proceso fue prolongado y no exento de problemas, hasta el punto de tener que recurrir a la justicia a denunciar los incumplimientos por parte del dorador, que estaba faltando a los compromisos adquiridos con la cofradía. 

Esa lentitud del proceso queda demostrada en los abonos realizados por la entidad contratante. Entre en 1778 y 1781 el mayordomo de la cofradía Andrés Ruiz desembolsó 1.100 reales en una «primera partida del dorado del retablo», seguidamente 1.800 al maestro dorador y 400 de «reunir» el retablo. En 1782 se pagan 4.000 reales, 2.300 al año siguiente y en 1785 otras pequeñas cantidades, año en el que comienzan los problemas con el dorador por incumplir su trabajo; habiendo que esperar hasta septiembre de 1786 para que la justicia dictaminara en favor de la cofradía de la Humildad, obligando al maestro dorador a costear los trabajos pendientes para culminar el retablo en cuestión, que muy probablemente se ejecutaron con celeridad.

A pesar de encontrarse incompleto –y en espera de la resolución judicial antes citada–, el 9 de agosto de 1785 «se colocó» al Señor de la Humildad en el nuevo retablo mayor y al día siguiente se celebró la fiesta por tal hecho con misa cantada y la asistencia de todo el clero de la villa.

Rematado el dorado, la disposición y empeño de la hermandad en su compromiso con seguir engrandeciendo el templo no cesó, y en 1788 emprenden la construcción de una nueva sacristía y un camarín del Señor tras la hornacina principal del retablo mayor: «seis mes de marzo de dicho anño en el Nombre del Sr y su madre Santisma se principio unaobra la dicha hermandad que se iso una Sacristia Nueva sacada de simientos y un Camarín donde se halla colocado Nuestro Amante el Sr del Humildad […] fue su maestro Juan Ruiz Florindo»; otro de los Florindos –hermano de Alonso– muy implicado en la vida y gobierno de la hermandad. 

El nuevo camarín para el Señor, del que un inventario de 1803 especifica que su cúpula se hallaba «tallada y dorada», fue culminado en cuestión de meses, por lo que el 6 de diciembre del mismo año 1788 se colocó al Señor en el mismo, de manera festiva y solemnemente con «Te Deum y miserere».

De este modo, la cofradía veía culminado el magno proyecto de la capilla mayor de la ermita, cuyo retablo, según describe el inventario patrimonial antes citado, ocupaba toda la capilla, en madera dorada, y estaba presidido en el centro por Nuestro Padre Señor de la Humildad sobre una urna o peana dorada en la cual había dos efigies pequeñas de la Dolorosa y San Pedro, ambas de talla y doradas, mientras que 16 angelitos con los atributos de la Pasión jalonaban la citada peana. Para engalanar al Señor había un dosel de terciopelo carmesí galoneado de oro y pendiente de 4 varas de hierro doradas que se apoyaban sobre la urna. Por otra parte, un velo de damasco carmesí cubría el hueco del camarín, que a esta fecha –por lo que de la documentación se desprende– no estaba al culto. En la parte superior del retablo se situaba una imagen de San Francisco, mientras que a los lados del Señor aparecían las de San Fernando a la izquierda y San Bartolomé a la derecha. Las tres efigies de cuerpo casi natural eran de talla y estofadas con perfiles de oro.

El siglo XVIII había supuesto para la primitiva cofradía de Ntra. Sra. de Consolación su consolidación en la piedad popular fontaniega en su doble condición de hermandad de gloria y penitencial. Una fortaleza que queda patente en el primer tercio del siglo XIX, al tratarse de la única corporación cofradiera que se mantiene activa ininterrumpidamente en la vida religiosa de la villa. 

Llegado a este punto nos situamos en 1824. La realidad política del Trienio Liberal había dejado sin pasos en la calle a los fieles fontaniegos en las semanas santas de los años 1822, 1823 y 1824. A pesar de ello, los del barrio del Postigo habían mantenido el culto interno a sus Titulares. 

De este modo, en el mes de septiembre de 1824 se celebró la solemnidad de Nuestra Señora de Consolación, y para ello, la cofradía se enforzó en ponerlo todo a punto para los días de la fiesta, invirtiendo en cera, lejía, cal y «pellejos para limpiar la ermita», según quedó anotado en los libros de cuentas. Y como venían haciendo desde siglos atrás, el 12 de septiembre conmemoraron a su Titular letífica, cuyo coste de la ceremonia religiosa ascendió a 91 reales, más los 80 que percibió el presbítero encargado del sermón. Asimismo, se compraron bizcochos y «vino para el refresco» posterior a la misa, siguiendo la jornada festiva a lo largo del día en los puestos instalados en el barrio con motivo de la ya entonces llamada Fiesta de la Ermita. 

Pero al caer la noche, la adversidad dominó al barrio del Postigo y el toque de la campana y los gritos pusieron a la vecindad en pie. Salía humo de la ermita, y las llamas estaban devorando el retablo mayor de la iglesia. Era en torno a las 12 de la noche. A pesar del riesgo, los devotos –enarbolados de su devoción al Señor–, lograron rescatar la imagen del Cristo y sofocar las llamas, aunque el nuevo retablo quedaría prácticamente calcinado, víctima del infortunio y la hecatombe vivida.  

El desprendimiento del pabilo de una vela mal apagada sobre los paños que engalanaban el altar, había provocado tal desgracia. 

Cerrado el edificio, el Señor de la Humildad fue trasladado a la iglesia parroquial, y tuvo que ser intervenido de los daños que había sufrido, principalmente en la zona del pecho. Los alarifes de albañilería de la villa, que a la fecha eran los hermanos Juan y José Ruiz Florindo, reconocieron el edificio, y dichosamente no había sufrido ningún daño estructural, más allá de la pérdida del retablo, las consecuencias del humo y el deterioro considerable del camarín del Cristo. 

Inmediatamente, la cofradía inició los trabajos de reparación empleando en un nuevo retablo y las intervenciones acometidas en el templo la cantidad de 4.760 reales, a los que hay que sumar los 2.787 gastados en las funciones y «la encarnación del Señor»  –probablemente fuera repolicromado– y 300 en dos colchas de damasco azul para un velo y fondo del Cristo. 

Y recobrada la normalidad en la ermita –en la media de lo posible–, el domingo «6 de febrero [de 1825] sehiso una procesión para llevar al Señor de la Humildad qe. estaba en esta Parroquial desde el día 12 de septiembre del año pasado de mil ochocientos veinte y cuatro; por haverse quemado el noche del dho. dia 12 todo el retablo del altar mayor qe. era de madera. La procesión fue hecha en toda solennidad a la qe. asistió todo el clero, y las dos jurisdicciones Eclesiástica y Civil; y repique general: fue costeada por la Hermandad del Señor dela Humildad»

Días más tarde, el «24 de Febrero se hiso una funcion en la Hermita de S.n Fran.co en accion de gracias por haverse retocado la efigie del Señor de la Humildad y haverse hecho nuevo su altar, qe. fue quemado el dia 12 de Septimbre por la noche del año pasado de 1824. Asistió a dha. funcion el Clero, Beneficio, tercia, Misa y sermón y terno de 1.ª Clase»

Repuesto al culto el templo, en marzo de 1826 la hermandad acometió la obra para reformar el camarín, con objeto de revertir los daños del fuego. Para ello empleó 1.245 reales, más 25 reales en cinco fanegas de yeso, 64 en el carpintero y otros importes menores en «cal de Morón» y «jornales de blanqueo»

El nuevo retablo, escueto y sobrio, se componía de cuatro columnas de «yeso pintado con filetes dorados», tal como se describe en un inventario de 1885; en la hornacina central presidía el Señor de la Humildad y, a sus lados, dos pequeñas efigies de San Joaquín y Santa Ana, mientras que en la parte superior se situaba una escultura de talla y tamaño natural de San Francisco de Asís.

Parece ser que la cofradía no mantenía buenas relaciones con el capiller de la ermita, responsable de su cuidado y seguridad, al que responsabilizaban del fuego acaecido. Se trataba de Francisco Abad, natural y vecino de Fuentes, y que venía ejerciendo la labor de ermitaño desde 1817. En 1827, solicitó al cardenal Cienfuegos, titular de la sede hispalense, le concediese el título de ermitaño «para que nadie le pueda incomodar», puesto que en la última década había desarrollado su menester al cuidado de la ermita «con el mayor esmero y primor». 

Al concedérsele el nombramiento interino, «El rector, hermano mayor, conciliario, alcaldes y secretario de la Hermandad de N. S. De Consolación habiendo llegado a entender que se le ha despachado título o nombramiento de ermitaño a Francisco Abad, se dice que el administrador de esta ermita a nuestra solicitud lo separó de ella. No nos ha ocasionado este hombre más que desgracias y la primera fue en el año de 1824 que por su descuido su cedió un espantoso incendio en el que se quemó todo el retablo mayor estando en peligro de haberse arruinado todo el edificio y las sagradas imágenes que como por milagro por un singular arrojo de sus devotos se sacaron de entre las llamas a las 12 de la noche del día 12 de septiembre del dicho año, la hermandad se dio tanta prisa a acudir a su reparación que el 6 de febrero de 1825 se celebró la función de la renovación habiéndose gastado en el retablo mayor 6.000 reales al fin quedo todo mejorado».

Ante tal petición, el 9 de febrero de 1828 se dictó auto por parte de la autoridad eclesiástica para que se cesara en el «cargo de ermitaño a Francisco Abad dejando al cuidado a Antonio José Delgado [presbítero rector de la ermita] la elección de persona que sirva y desempeñe el mencionado cargo».

Con la llegada de las Hermanas de la Cruz, la Compañía instaló un retablo de talla solicitado al Arzobispado de Sevilla y procedente de la iglesia del Carmen, también nombrada de San Roque, del desaparecido convento de carmelitas calzados de Carmona, suprimido por José I en el primer tercio del siglo XIX. 

Tal retablo era uno de los dos en «madera de Flandes con los gruesos correspondientes al esqueleto arreglados a diseño» que los religiosos contrataran en 1772 con Francisco de Acosta «el Mayor», y que se instalaron colaterales al mayor, en el crucero del templo, cuyo coste ascendió a 15.000 reales. 

Solicitados al arzobispado de Sevilla, uno de ellos vino a Fuentes de Andalucía y su semejante a la capilla del colegio Sagrada Familia (Vedruna) de Sevilla, donde permanece.

Francis J. González Fernández
Cronista oficial de la villa de Fuentes de Andalucía


FUENTES CONSULTADAS Y BIBLIOGRAFÍA:

Archivo de la Catedral de Sevilla
· Sec. varios, Serie Priorato de Ermitas, Libro 93, Libro de la Hermandad de Ntra. Señora de Consolación. Obra de la Hermita, y cuentas de la Hermandad, siendo Mayordomo Gerónimo de Aguilar. 1753-1803.   

Archivo General del Arzobispado de Sevilla 
· FA. Sec. III. Justicia. Pleitos ordinarios. Sign. 11670.   
· Sec. Administración General, Lib. 15851, Libro para los gastos de la Hermandad de Nuestra Madre y Señora de Consolación.

Archivo de la Hermandad de Humildad de Fuentes de Andalucía 
· Libro de los cabildos de la Hermandad de Nuestra Señora de Consolación cita en la Ermita de Nuestro Padre San Franco de esta villa de Fuentes de 1732-1903.
· Libro de cuentas y data. 1803-1882.

Archivo Histórico Municipal de Fuentes de Andalucía
· Serie Actas Capitulares. Libro 15. 1824.  

Archivo Parroquial Santa María la Blanca de Fuentes de Andalucía  
· Serie Colecturía. Libro 14.
· Sección Fábrica. Serie Inventarios. Inventarios de las Iglesias de Fuentes de Andalucía, 1885.

DE LA VILLA NOGALES, Fernando y MIRA CABALLOS, Esteban. Documentos inéditos para la historia del arte en la provincia de Sevilla, siglos XVI al XVIII. Sevilla: Los autores, 1993. 

DELGADO ABOZA, Francisco Manuel. Nuevos datos sobre la Ermita de San Francisco y la Hermandad de la Humildad de Fuentes de Andalucía. Sevilla: Fundación Cruzcampo, 2000. Separata de I Simposio sobre Hermandades de Sevilla y su provincia. Págs. 163-191.

HALCÓN, Fátima; HERRERA, Francisco y RECIO, Álvaro. El Retablo Barroco Sevillano. Sevilla: Universidad de Sevilla y Fundación El Monte, 2000.


Ref. bibliográfica: GÓNZALEZ FERNÁNDEZ, Francis J. La noche del fuego. En el bicentenario de la pérdida del retablo del Señor de la Humildad de Fuentes de Andalucia. 1824. En Revista de la Semana Santa de Fuentes de Andalucía 2025. Fuentes de Andalucía (Sevilla): Primitiva Hermandad de Nuestra Madre y Señora del Consolación y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Señor de la Humildad y Nuestra Señora de los Dolores, 2025, núm. 28, págs. 38-41.