SOBRE EL NOMBRE DEL BLOG

A medio cuarto de legua de la muy antigua villa de Fuentes, en el Reino de Sevilla, se levanta una fuente que desde siglos atrás fue el principal abastecimiento para la «manutenzión del común de estte vesindario». Ésta se surte a partir de un complejo sistema subterráneo de captación y conducción de aguas formado por dos manantiales o “minas”.

Rodeada de restos de distintos pueblos antiguos que habitaron estos lares, ya en 1599 aparece citada en las Actas Capitulares acordándose su reparo, y en 1690 el Cabildo Municipal acuerda hacer la fuente de piedra, para lo que contrata al cantero de Morón Antonio Gil.

A lo largo del siglo XVIII, varios miembros de la saga de alarifes de los Ruiz Florindo intervienen en el conjunto, ya que se continúan diversas reformas debido a la pérdida de suministro y a defectos en las conducciones.

Como en la Fuente de la Reina, otros manantiales y pozos de estas tierras llenas de historia siguen manando agua «buena y clara» desde tiempos remotos; características de un territorio que dieron el nombre a este maravilloso lugar del mundo que es Fuentes, de Andalucía.

miércoles, 9 de octubre de 2024

CRISTÓBAL RUIZ FLORINDO TAMBIÉN EXISTE. En el III centenario de su nacimiento (1724-2024)

Fue a finales de agosto de 1724, de lo que se vienen a cumplir en estos días trescientos años. Aquel último viernes del mes, marcado con el 25 en el almanaque, nacía un varón –probablemente en la casa familiar de la calle San Sebastián– que en la mañana del día siguiente fue bautizado en la pila de Santa María la Blanca de Fuentes de Andalucía con el nombre de Cristóbal Ramón, hijo de Juan Ruiz Florindo y Marina del Corral. Su padre, iniciador de un estilo arquitectónico singular y una interesante serie de obras que la estirpe Florindo dejaría repartidas por la parte occidental de Andalucía, era ya al nacimiento de Cristóbal un maestro de obras en auge. Tenía entonces 25 años y una prolífica carrera en el ámbito de la construcción y la ornamentación con ladrillo de barro cocido por delante, que complementada con operaciones inmobiliarias y agropecuarias le propiciarían una holgada situación económica.

Cristóbal sería el varón segundón de la familia y tercer hijo del matrimonio, después de María (1720) y Alonso (1722), y tras él nacieron Juan José (1728), Ana (1734) y Antonio (1745). Como su hermano Alonso, y con posterioridad el resto de sus hermanos varones, Cristóbal aprendió el oficio y adquirió su formación inicial en el labrado del ladrillo de su padre, con el que pronto empezaron a trabajar –siendo muy jóvenes– en el mundo de la construcción, tanto en Fuentes como en otros puntos próximos como Palma del Río y probablemente Arahal, con un aprendizaje de la profesión meramente práctica basada en la experiencia.

En la producción artística legada queda manifiesto cómo Alonso depuró lo aprendido de su progenitor y evolucionó considerablemente, hasta llegar a convertirse en el más notable de los miembros de la dinastía Ruiz Florindo y el de mayor proyección laboral, social y económica; no solo por su valía y talento, sino también por el impulso de su progenitor y otras circunstancias tales como los efectos del terremoto de Lisboa, que le posicionarían para el desarrollo de un alto número de proyectos. Ante tal realidad, sus hermanos Juan José y –sobre todo– Cristóbal trabajaron en numerosas ocasiones subordinados a Alonso.

En el caso de Cristóbal, su nombre aparecerá constantemente a lo largo de su carrera junto al de su hermano mayor, convirtiéndose en su alter ego y en quien Alonso tenía depositada su más absoluta confianza; un hecho que consecuentemente le privó de actuar de manera independiente, anulando su propia personalidad artística y mermando su trascendencia en el ámbito de la arquitectura.

Su vida matrimonial fue desdichada, enviudando sucesivamente y llegando a contraer matrimonio hasta en tres ocasiones. En 1745 se casaría con María Teresa Rodríguez. Isabel Hidalgo de Morales sería su segunda esposa y Juana Ruiz Castizo su última, que le sobrevivió, y de cuyos matrimonios se le conocen al menos tres hijos: María del Carmen (nacida en 1750), Antonio (que siguió la carrera militar y en 1777 aparece como sargento del regimiento de Infantería de Saboya) y Juan Ildefonso (1767).

En la década de 1750 trabajó en la construcción de la nueva ermita de San Francisco, como maestro, cobrando el jornal de ocho reales al día, dos menos que su hermano Alonso, que dirigía la obra y por su itinerancia y carga de trabajo ya delegaba en su hermano menor, dejándolo al frente de sus proyectos. Lo mismo ocurriría en la construcción del nuevo edificio consistorial y cárcel de Fuentes, que aunque bajo la dirección de Alonso, será Cristóbal el que se hará cargo de gran parte de la edificación, puesto que el asentista tenía en esas mismas fechas otras ocupaciones inexcusables, quedando culminado en 1772.

El propio Alonso dejaría testimonio escrito de esta muestra de confianza absoluta hacía su hermano y otorgamiento de poder para que actuara en su nombre siempre que las circunstancias lo requirieran. En varias ocasiones, el propio cabildo de Fuentes le demandó ante su ausencia en la dirección de las obras: Alonso Ruiz Florindo, vecino de Fuentes, y maestro examinado de ella, «digo que por quanto corre a mi cargo la construcción y erección de nueva fábrica a fundamentis de las casas capitulares que estte Ayuntamiento estta haciendo con orn y mandato del Real y Supremo Consejo y esttandolo ttambien todas las obras de la Real y nueba población de la Luisiana como maestro maior de ella…», ante cualquier ausencia de mi parte y cuanto requiera el corregidor u otros capitulares, delego en la «persona de ygual ynttelixencia a la mía que pueda responder a sus preguntas propuesttas o dificultades que puedan ocurrir siendo de la misma facultad con ttoda aprobación Christtóbal Ruis florindo Alarife des esta villa mi hermano y de quien por su agilidad tengo entera sattisfacción y otorgo poder…» para ello.

A pesar de tal supeditación, se le conocen a Cristóbal ciertas actuaciones de manera autónoma en la construcción de viviendas particulares, como la que erige para María Vidal a la salida de la calle Mayor en 1764, e incluso llegó a ejercer el cargo de alarife municipal del consejo al menos durante los años 1764, 1768 y 1779. Pero será la construcción de la nave sur o de la Epístola de la iglesia parroquial fontaniega –de momento– la obra documentada de mayor envergadura ejecutada bajo su dirección autónoma en el ejercicio de su profesión en solitario, y que iniciaría a finales de 1767 bajo la supervisión del maestro mayor de obras de arzobispado Pedro de Silva.

La ampliación del templo que su hermano Alonso había ejecutado años antes (1764-1765) con una nueva nave en el lado del Evangelio (colindante a la actual plaza de Santa María la Blanca) resultó insuficiente, necesitándose el añadido de otra nave en el lado de la Epístola, de manera que se resolviera definitivamente el problema del alojo de los feligreses de una población en auge y se solventara la necesidad estética de mantener la simetría del templo en torno a su eje longitudinal. Su fábrica fue concluida en 1769, aprobándola el arquitecto Silva el 6 de mayo del mismo año.

Relativa a esta destacada intervención en la carrera profesional de Cristóbal Ruiz Florindo, reproducimos a continuación un documento inédito autógrafo del propio maestro de obras. Dice así:

«Chistobal Ruiz Florindo Maestro Alarife de esta villa a cuyo cargo corrió la obra y fábrica de una nave que se hizo en la iglesia parroquial de esta villa, certifico y juro que estando abriendo los cimientos para dicha obra en la pared principal de la calle se descubrieron dos pozos, los que fue preciso macizar […] para la seguridad de la pared, y asimismo se le echaron dos barretones de hierro a la columna que mantiene los dos arcos que se abrieron en la pared principal de dicha iglesia, con una cruz de hierro en el pie, […] para fortaleza de dicha pared, en que se gastaron ocho arrobas de hierro. Y asimismo se pusieron dos tirantes de madera de más de los necesarios, porque fue indispensable ponerlos, para más seguridad de la expresada obra. En todo lo cual se gastaron, hasta en cantidad de setecientos reales de vellón. Y por ser todo la verdad firmo la presente en la villa de fuentes, en treinta de abril de mil setecientos setenta y nuevo.
Rúbrica autógrafa de
Cristóbal Ruiz Florindo».

Otra de las acciones documentadas de Cristóbal data de noviembre de 1768, cuando presenta al cabildo municipal un memorial solicitando la autorización para la construcción de uno o dos molinos harineros en terrenos de propios para el beneficio del común de los vecinos. Éstos serían levantados aprovechando el caudal del arroyo del Alamillo, con la creación de un sistema de aprovechamiento de las aguas fluviales y de los pozos de la zona, y la reutilización del agua para un abrevadero de ganados y riego de una huerta. Un proyecto para el que obtuvo el beneplácito del cabildo en la sesión celebrada el 30 de noviembre de 1768.

En estos años, la actividad constructiva de su hermano Alonso es plena y su ausencia de Fuentes constante, incluso llegando a residir durante algún tiempo en la próxima Palma del Río, desde donde atiende sus compromisos de aquella comarca. Cristóbal sigue siendo la persona de confianza de Alonso en Fuentes, y podemos llegar a estimar que la relación familiar es cercana y fructífera, hasta el punto que en 1774, al nacer el primer nieto de Alonso –hijo de Alonso Ruiz Florindo de Carmona–, sus tíos abuelos Cristóbal Ruiz Florindo y Juana Ruiz Castizo son sus padrinos de bautismo.

No se conoce que pudiera llegar a ocurrir, pero cierto es que los últimos años de vida de Cristóbal fueron decadentes. La muerte le sorprendió el 26 de mayo de 1786, a los 61 años, y debió ser inesperada al dejar pendientes diversos asuntos, entre ellos el testamento. En estas fechas su situación debió ser precaria, ya que en el propio registro de defunción se hace mención a su pobreza. A su muerte vivía en la calle Lucía Ojeda (Aurora), siendo enterrado en la ermita de San Francisco «por no haber cabida en la Parroquia».

La historia le ha dado a Cristóbal Ruiz Florindo un papel de segundón, de sustituto y subalterno, pero no por ello, su relevancia debe de pasar desapercibida. Su obra permanece casi tres siglos después, y muy probablemente, muchas de las edificaciones fielmente atribuidas o firmadas por su hermano Alonso fueron ejecutadas y dirigidas in situ por el propio Cristóbal. Sea como fuere, su figura es una pieza indispensable en la fructífera y destacada estirpe Ruiz Florindo, de tan relevante legado para Fuentes de Andalucía.

Francis J. González Fernández
Cronista oficial de la villa de Fuentes de Andalucía

lunes, 16 de septiembre de 2024

EL MAESTRO FORTES. Un fontaniego preclaro, pío y bueno del siglo XVIII

El pasado 20 de enero se cumplían seiscientos cincuenta años (1374-2024) de un hecho determinante en el devenir histórico de la villa fontaniega: la compra del lugar de Fuentes por Alonso Fernández de Sevilla e Isabel de Belmaña, que desencadenaría en la fundación del mayorazgo de los Fuentes en 1378 y la instauración del señorío.

Un acontecimiento trascendental que más allá de parecer una operación inmobiliaria de la época, implicaba el poder jurisdiccional de los señores sobre el lugar y sus moradores, convertidos en vasallos. Una autoridad que ejerció su supremacía e influencia no solo en los aspectos políticos o económicos, sino territoriales, sociales, culturales, festivos, urbanísticos, religiosos… e incluso demográficos, con la obstinación por el aumento de la población, que repercutía positivamente en los intereses del señorío; y los continuos esfuerzos para lograr un ámbito territorial propio, ampliando el término con continuos litigios y pleitos en base a las tierras más próximas al naciente núcleo poblacional.

Tal «proyecto repoblador» resultó considerablemente satisfactorio, hasta el punto de que en apenas unas décadas Fuentes se consolidó como un ente poblacional, y a lo largo de estos casi siete siglos ha ido evolucionando hasta su máxima cota histórica de habitantes que llegó a alcanzar a mediados del siglo XX. Miles y miles de personas que vieron en esta tierra por vez primera la luz de la vida, que hicieron de Fuentes de Andalucía su hábitat y que con su entrega y su esfuerzo fraguaron el Fuentes de hoy. Porque, la historia y la grandeza de los pueblos también la hacen sus gentes, desde el humilde bracero hasta el que llegó a alcanzar la excelencia en su carrera laboral, militar, eclesiástica, artística, política, científica, etc.

Ilustres y célebres fontaniegos que en ocasiones dieron proyección a su tierra natal, y de los que conocemos facetas de sus vidas, apuntes de sus biografías, disfrutamos de sus obras… porque su relevancia fue tal que hay testimonio escrito de ello, pero sin duda, se trata de casos excepcionales. En la mayoría de las ocasiones, su legado se esfumó con sus contemporáneos o en sus generaciones sucesivas más próximas.

No es este el caso del maestro Fortes. Un fontaniego de la segunda mitad del siglo XVIII (1747-1817) que de no haberse publicado su biografía en 1902 y conservarse un ejemplar en la biblioteca de unos familiares descendientes [1], estaríamos privados de conocer; y del que en estas páginas daremos una breve síntesis de su vida, hechos y virtudes.   

El 27 de diciembre de 1747 se bautizaba en la Iglesia Parroquial Santa María la Blanca un varón, que nacido ese mismo día en una casa de la calle Lora «esquina a la de las Flores», recibió el nombre de «Juan Joseph Matheo» [2]. Este era hijo de Alonso Fortes e Isabel Gutierres Carmona, vecinos de la villa pero no naturales de ella; él procedente de Lora y viudo de María Muñoz, y ella natural de Marchena, que se casaron en el mismo templo fontaniego escasos tres meses antes del alumbramiento, el 29 de septiembre de 1747 [3], y calificados por el biógrafo como «pobres en bienes de fortuna y de humilde aunque honrado linaje».

Desde niño, Juan Fortes «reveló su natural compasivo y misericordioso con los pobres y enfermos», protagonizando diversos hechos no propios de un infante. «Dotado de claro entendimiento y buena memoria, aprendió con facilidad y perfección las primeras letras, consiguiendo luego de su padre, a fuerza de súplicas y lágrimas, que lo pusiera a estudiar gramática latina. Hízolo con tanto aprovechamiento que pudo pasar pronto a aprender filosofía; pero como esto exigía ya mayores gastos, que no podía sufragar su padre, se vio forzado a abandonar sus estudios y a tomar el oficio de barbero».

A pesar de ello, y no siendo propio de un joven de familia humilde de la época, Fortes se cultivó en la lectura y en la música, de lo que era muy aficionado, llegando incluso a tocar el violín y la guitarra.

De carácter alegre y divertido, ya en su juventud experimentó la vocación religiosa, y desde su posición de seglar dedicaba un tiempo considerable a la oración y la penitencia, reprendido incluso hasta por su propio padre.

Pero su vida cambió drásticamente, y a los veinte años tuvo que abandonar Fuentes y su familia, al ser «llamado a servir al rey» Carlos III como soldado, permaneciendo tres años de servicio en las milicias y cinco en la tropa del Regimiento de Zamora.

Regresando de nuevo a su pueblo natal, y «cambiando radicalmente de costumbres, emprendió una vida penitente y virtuosa, en la que perseveró hasta la muerte». En estos años, la enseñanza del catecismo fue «el objeto preferente de sus trabajos y afanes y la preocupación constante de su vida», una tarea evangelizadora limitada por su condición de laico, que restringía «su ardiente celo por la gloria de Dios y la salvación de las almas». A pesar de ello, Fortes no decayó en sus propósitos manteniéndose constante en su apostolado, hasta el punto de verse recompensado en base a su actividad y por la formación que acumulaba. Un hecho sustancial que, reconociendo su valía, cambiaría considerablemente su vida en adelante a sus 31 años.

Corría el año 1779, cuando «le concedió el ayuntamiento, la plaza, vacante a la sazón, de maestro de primeras letras. Elección acertadísima, que honra y embellece el criterio de aquella corporación municipal, pues desatendiendo las solicitudes presentadas y acaso también las valiosas recomendaciones que las apoyaban, concedió tan importante como desatendido cargo al que reunía excepcionales dotes de ciencia y virtud, celo y discreción, para su competente y perfecto desempeño». Así lo recoge –claramente subjetivo– su biográfo.

Contractado tal hecho en el Archivo Municipal de Fuentes de Andalucía, ciertamente fue designado maestro en el cabildo celebrado el 5 de febrero de 1779 [4], cuya plaza solicitaron los vecinos Sebastián Conde, Juan Ruiz del Hierro y Juan Fortes Gutiérrez. En los argumentos a favor, el acta recoge que «las circunstancias que concurren en el dicho Juan Fortes de su vida ejemplar, buena letra, gramático, aritmético y arreglada conducta, [son] justísimas causas para no perder de vista en perfecta regla para la buena educación de niños» [5] y designarlo por lo tanto maestro de primeras letras de la villa.

Tal designación le autorizaba a instalar una clase en su domicilio, cobrando un estipendio a las familias de los niños varones asistentes. Por su parte, el cabildo fontaniego le asignaba 40 reales de vellón al año para que acogiera en la escuela a aquellos infantes pobres cuyas familias no pudieran contribuir con el pago al maestro. 

Adjunto al acta, se recoge la notificación del escribano, aceptación y juramento por parte de Fortes tanto de su cargo de maestro como su compromiso de «no llevar dinero a los niños pobres», constando su firma autógrafa [6]. 

El principal cometido de los maestros de primeras letras en el siglo XVIII era enseñar a leer, escribir, contar y los fundamentos de la doctrina cristiana, en una escuela que normalmente se instalaba en el domicilio del propio maestro y cuya cuota de asistencia y regularidad por parte del alumnado era muy inestable, generalmente debido a las estrecheces económicas de las familias que requerían de la ayuda de los niños en una pronta incorporación a responsabilidades laborales y la escasa conciencia formativa de la época en las clases más humildes.

Junto a este tipo de escuelas de gramática doméstica vinculadas al gobierno municipal, y en cierto modo también controlado por el poder eclesiástico local, en Fuentes ejercieron un papel relevante los mercedarios descalzos, que en su cenobio impartían clases superiores de latinidad, pero dirigidas por lo general a un grupo muy exclusivo de la población, económicamente posicionados.

Pronto se consolidó Fortes en el Fuentes de la época como un maestro de reconocido crédito, llegando incluso a oídas de la propia Marquesa de Fuentes, residente en Madrid. De ello da muestra la carta de ésta que fue leída en el cabildo acontecido el 31 de enero de 1790. En ella, la marquesa estipula una nueva remuneración al maestro Fortes para que repercuta en los más necesitados del pueblo, expresándose en los siguientes términos:

«[…] conceder y dar anualmente por el tiempo de su voluntad a Juan Fortes maestro de primeras letras de esta dicha villa cincuenta ducados de vellón […]. Considerando la grande utilidad y estimable provecho que podría conseguirse espiritual y temporalmente en esa mi villa, si los jóvenes de ella fuesen desde su niñez educados y enseñados en la Doctrina Cristiana, y en el conocimiento de las primeras letras, por un tan oportuno religioso y buen maestro como el que en la actualidad logra ese común; y deseando hoy que un bien tan grande no se desaproveche por no hallarse este noble y apreciable magisterio dotado competentemente, he resuelto del tierno amor y especial afecto que me merece ese vecindario asignar como desde luego asigno cincuenta ducados de vellón al año, para que con ellos se satisfagan los alquileres de la casa donde vive y tiene su escuela el referido actual maestro, a quién se le hará entender esta gracia mía, para que animado con este auxilio y socorro, no solo se asegure su subsistencia en esa mi villa sino que acreciente su bueno y eficaz deseo, que tiene bien acreditado en la educación y cristiana crianza de los niños debe entenderse con la precisa calidad y condición de que no ha de llevar interés alguno por la enseñanza de los hijos de los vecinos pobres a los cuales se le ha de dar de balde y con el propio esmero que la diese a lo que por pudientes le pagasen su estipendio […]. Enterados de si, procuren que se verifiquen los efectos, a que ella se dijere de suerte que por su parte contribuyan en la que les sea posible a que la juventud logre la perfecta enseñanza y educación que tanto contribuye y es indispensablemente necesaria para que se destierren de los pueblos los vicios y grandes perjuicios que de lo contrario se ocasionan como lastimosamente nos lo da a conocer la experiencia […]» [7].

Fortes vio fuertemente complementada su posición de maestro con su vocación de servicio a los demás y de apostolado cristiano, convirtiéndose al mismo tiempo en «profesor y padre de sus discípulos», cumpliendo la doble misión de instruir, con método y constancia; y educar con «celo, prudencia y virtud». Dotes que, según describe su biógrafo, el maestro Fortes reunía sobradamente, y por eso «sin descuidar la enseñanza metódica y constante de la lectura, escritura, ortografía y cuenta, como entonces se llamaba vulgarmente a la aritmética, concedía lugar preferente al estudio del catecismo, base indispensable de la educación sólida y verdadera».

En tales afirmaciones, y siendo un hecho que se repite continuamente a lo largo de las páginas de su semblanza, apreciamos claramente dos aspectos significativos. Por uno, la subjetividad del relator sin escatimar en halagos hacia la figura del maestro; y por otra, la fuerte presencia de la vocación de Fortes y la importante carga de enseñanza religiosa que aplicaba a sus alumnos, inculcando «el amor a la virtud y el odio al vicio», evitando «el empleo frecuente de la corrección y el castigo».

«Así logó educar cristianamente a dos o tres generaciones de hombres, pobres labriegos en su mayoría, ignorantes y rudos según el falso concepto que hoy se forma de la civilización, pero obedientes hijos, amantes esposos, celosos padres de familia, honrados ciudadanos, fervorosos creyentes y católicos prácticos»

En una época con la educación claramente diferenciada por sexos, donde el acceso de las niñas a la escuela era muy complicado visto el escaso papel de la mujer en la sociedad del Antiguo Régimen, el maestro Fortes llegaría a establecer en horario nocturno en su domicilio, «donde vivía con –María– una hermana soltera de mucha virtud», una clase especial de doce niñas adolescentes a las que formaba sin retribución, cuyas «plazas vacantes eran solicitadas con mucha anticipación y grande empeño».

Pero Fortes no limitaba su acción de trabajo a los horarios establecidos, imbuido de su celo por la educación, instrucción y formación religiosa de sus discentes. «Y para que también los adultos de ambos sexos participasen de este beneficio, pues no daba todo el resultado apetecido la clase de doctrina cristiana que para hombres solos había establecido en el hospital, discurrió un medio ingenioso. Todos los domingos y días festivos escogía cinco o seis niños, que recitaban públicamente las preguntas y respuestas del catecismo en tres o cuatro puntos del pueblo, designados de antemano, para que fuesen a oírlos todas las personas que quisieran. Y ya por curiosidad, ya por deseos de aprender, asistía siempre numeroso concurso de oyentes a estas conferencias al aire libre, de las cuales recordando lo olvidado o aprendiendo lo ignorado, todos sacaban provechoso fruto.

De esta manera contribuía el maestro Fortes a la evangelización de su pueblo, desterrando de ella funesta plaga de la ignorancia religiosa, auxiliar poderoso del indiferentismo y de la incredulidad, semillero de vicios y de crímenes, manantial de discordias, odios y venganzas, gangrena pestilente que corroe las entrañas de la sociedad moderna».

Elocuente y descriptivo relato del biógrafo, en el que da muestra del ardor apostólico de Juan Fortes y sus ingeniosas acciones.

Fortes no solo se distinguió entre sus coetáneos por su afán por la enseñanza y propagar la doctrina cristina, sino que ejerció la oración y la caridad verdadera hasta los máximos extremos, llegando a crear en torno a su persona cierto aire de misticismo. «Los enfermos, los encarcelados, los desvalidos fueron sus amigos predilectos: consolarlos, instruirlos, aconsejarlos, aliviarlos, alimentarlos, vestirlos, asistirlos y regalarlos constituía su mayor recreo y delicia».

Su presencia en el hospital de San Sebastián era diaria, no solo acompañando y consolando a los pobres enfermos, sino incluso atendiéndolos cuando su tiempo se lo permitía. «Provisto de limosnas de pan, que recogía de personas pudientes y caritativas, iba los domingos a la cárcel, distribuía los socorros entre los presos, y luego les exhortaba al arrepentimiento y enmienda de su mala vida, les explicaba algún punto de la doctrina cristiana y les daba a leer libros piadosos. Durante varios años consiguió que se aumentasen considerablemente estas limosnas en favor de los presos, mediante la cooperación y ayuda del piadoso caballero D. Fernando Escalera y Pareja, su condiscípulo, pudiendo darles diariamente comida abundante y bien condimentada, suministrarles ropas y calzados, proporcionarles lavanderas y facilitarles lumbre en el invierno para calentarse».

La caridad del maestro Fortes no limitaba su acción bienhechora al remedio de las lástimas del hospital y de las miserias de la cárcel. Fuera «de esos recintos del dolor y del crimen había también lágrimas que enjugar, hambre que saciar y desnudez que vestir». El huérfano, la viuda, la familia del jornalero enfermo y otros muchos pobres desvalidos también eran receptores de los auxilios del maestro, que aunque pobre en caudales, disponía de las limosnas que pudientes fontaniegos de la época le confiaban, como el anteriormente citado Fernando Escalera o José Aguilar.

La vida del fontaniego Juan Fortes fue una predicación continua con hechos de todas las virtudes cristianas, desde el desarrollo de su profesión, la enseñanza del catecismo, los ejercicios de caridad y piedad, la oración, mortificaciones y sacrificios… «con que estuvo evangelizando a su pueblo diariamente más de cuarenta años».

Sometido siempre a la obediencia de su director espiritual –que tuvo tres a lo largo de su vida–, fueron principalmente estos los que se encargaron de dejar escritos sus apuntes biográficos, así como de moderar e incluso reprimir e impedir determinadas prácticas de mortificación extremas y disciplina física que practicaba, y que fueron una constante a lo largo de toda su vida. Por todo ello no estuvo exento de sufrir contradicciones, desprecios, deshonras y persecuciones de terceros que logró sobrepasar como «alma justa, adornada de todas las virtudes cristianas en grado perfecto».

Como hombre devoto y pío, la presencia del Fortes en la iglesia –con una compostura edificante que le caracterizaba– era habitual y diaria. El propio relator lo describe como un varón de semblante modestamente alegre, con un tono de su voz amable y reposado, que en la madurez de su vida se fue convirtiendo en un hombre amigo de la soledad y del silencio.

El maestro Juan José Fortes Gutiérrez murió soltero «con fama y en olor de santidad» en su casa de la calle Lora con 69 años, y fue enterrado el 19 de mayo de 1817 en el Camposanto de la Ermita del Sr. Sn. Francisco con la asistencia «de todo el clero» [8]. Son los únicos datos que se poseen del óbito del maestro, por una circunstancia que determinaría en cierto modo el anonimato de la vida del maestro Fortes durante décadas y que relataremos en adelante.

La publicación «El Maestro Fortes. Ensayo Biográfico», base de la presente investigación, debe su autoría al sacerdote fontaniego D. Rafael González Flores (1851-1912) [9], un historiador y poeta de tendencia carlista con una prolífica producción literaria que fue cura coadjutor de la parroquia de la Asunción de Lora del Río. Este opúsculo fue impreso en 1902 en la Imprenta de San Antonio, que los franciscanos regentaban en su convento de Loreto (Espartinas).

Este sacerdote –D. Rafael–, que había nacido a mitad de la centuria decimonónica, relata cómo de joven llegó a conocer a algunos de los discípulos de Fortes, ya muy ancianos, «que honraban con su vida ejemplar el nombre y la fama de su virtuoso maestro» y referían episodios de su vida, que había sido escrita por su confesor. Tal hecho provocó la curiosidad del sacerdote, pero le fue imposible acceder a tal manuscrito  que «guardaban como inestimable tesoro, unos parientes del maestro», cediendo en su empeño. Años más tarde, tal ológrafo llegó a sus manos, descubriendo que no se trataba más que de un cuaderno de apuntes biográficos y otro pequeño libreto incompleto, recogiendo este último una introducción de la vida de maestro Fortes y parte del capítulo primero ya redactados. Tales documentos se debían al «puño y letra» del que fuera último director espiritual del maestro, el Dr. D. Francisco de Paula Ruiz Pilares, un sacerdote «sabio y virtuoso» que murió cuatro meses antes que el maestro. Esto último explica el por qué no continuó su comenzada historia y no se posean datos expresos de su muerte.

Examinados sendos documentos, y movido por la inquietud de sacar del olvido al maestro Fortes, D. Rafael González se ocupó de la redacción y publicación de este ensayo biográfico del que, de no haberse editado, estaríamos hoy privados de conocer la vida y hechos de este preclaro fontaniego del siglo XVIII.

Pero así mismo, es conveniente y justo hacer una mención al verdadero artífice del trabajo base, como fue el Dr. Ruiz Pilares.

Nacido en Fuentes el 20 de noviembre de 1774 [10], hijo de Lorenzo Ruiz y de Beatriz Pilares, Francisco de Paula José Félix hizo la carrera eclesiástica llegando a «Doctor en Sagrada Teología y Cánones, Catedrático en ambas ciencias y Divina Escritura, Colegial mayor y rector en la Universidad de Osuna, examinador sinodal de Sevilla, Málaga y Córdoba, socio de las Academias de Bellas Letras y Artes de esta última y Vicario Eclesiástico de esta villa (Fuentes). Era varón esclarecido por su ciencia en varios concursos literarios. Por su celo infatigable en las funciones de su sagrado ministerio, por su piedad, costumbres y prudencia. Era natural de esta villa, la cual lloró inconsolable su pérdida» [11] al morir el 12 de enero de 1817 [12], a los 42 años, siendo despedido con «toda la demás suntuosidad que se estila en esta villa en los magníficos entierros».

Según consta en el asiento de su sepelio murió abintestato, es decir, sin hacer testamento, lo que nos puede llegar a conjeturar, unido a su edad, que se trató de una muerte repentina.

Sus restos mortales fueron trasladados a ruegos de sus hermanas y por autoridad del Sr. Arzobispo desde el cementerio a la Iglesia Parroquial Santa María la Blanca el 5 de julio de 1840 «con aparato de entierro general», en cuyo templo reposan en el muro lateral de la segunda nave de la Epístola. Al día siguiente, domingo, «se le cantó la misa» de honras fúnebres en la que predicó el presbítero D. Antonio José Delgado, cura propio de la Parroquia del Omnium Sanctorum de Sevilla que en las primeras décadas de esta centuria había ejercido su ministerio en Fuentes junto a Ruiz Pilares. Según recoge D. Rafael González en el ensayo biográfico, tal panegírico en memoria del Dr. Ruiz Pilares fue impreso y editado, y en él Delgado hacía mención a Fortes, de cuya muerte con fama de santidad fue testigo en sus años en Fuentes.

Sin duda, la repentina muerte de Ruiz Pilares, cuatro meses antes que la de Fortes, coartó considerablemente la difusión de la figura del maestro, más allá de su grato recuerdo que por tradición oral se mantuvo durante algunas décadas entre sus alumnos, discípulos y coetáneos.

El docto clérigo incluso tenía redactado entre sus apuntes el epitafio incompleto del septuagenario maestro, al que pensaba sobrevivir por ley natural, pero que no fue así. Este dice: «Aquí yace el siervo de Dios Juan Fortes, maestro de primeras letras, cultivador admirable de la virtud; ejemplo […] de caridad en consolar y socorrer a los encarcelados, enfermos y necesitados: promovedor infatigable de la enseñanza de la doctrina cristiana; y […] contemplativo. Pasó de esta vida a […] el día…».

Con la redacción del ensayo, D. Rafael González pretendió culminar dentro de sus posibilidades el trabajo iniciado por el Dr. Ruiz Pilares, con el claro objeto de divulgar el nombre y la fama del maestro Fortes y «el recuerdo de sus virtudes», afirmando que «renovado con la publicación de esta biografía se conservará en adelante firme y duradera en la mente y el corazón de los habitantes de Fuentes de Andalucía, del pueblo que tiene la dicha de contarle entre sus más ilustres hijos y preclaros bienhechores».

Fortes fue testigo directo de la transformación sustancial y el engrandecimiento patrimonial que sufrió Fuentes en la segunda mitad del siglo XVIII. Coétaneo de los Ruiz Florindo, vivió la llegada de las primeras ideas ilustradas y la agonía del Antiguo Régimen, e incluso en su vejez, la implantación de la primera Constitución liberal de 1812.

Hoy, 207 años después de su desaparición, y a los 122 de la publicación de su biografía, con este trabajo nos sumamos a las intenciones del Dr. Ruiz Pilares y del presbítero D. Rafael González en la difusión de la figura de este maestro de primeras letras de memorable memoria. Un célebre fontaniego que destacó por los admirables ejemplos de sus virtudes y obras de piedad para con sus convecinos más necesitados. Un hombre de Dios. Una buena persona. 

Francis J. González Fernández
Cronista oficial de la villa de Fuentes de Andalucía


NOTAS:

1] Mi agradecimiento a Ángeles Jiménez Barcia, hija de Manuel Jiménez Ortega «Manolito el de la tienda», descendientes de la familia Fortes que amablemente me ofreció toda la documentación para su estudio y divulgación de la vida del maestro.

2] ARCHIVO PARROQUIAL SANTA MARÍA LA BLANCA DE FUENTES DE ANDALUCÍA (APF). Libro 16 Bautismos. Folio 139r.     

3] APF. Libro 4 Matrimonios. Folio 571r. 

4] ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIAPAL DE FUENTES DE ANDALUCÍA (AHF). Libro 11 Actas Capitulares. Folio 25v.     

5] Ibídem, folio 26r. 

6] Ibídem, folio 26v.

7] (AHF). Libro 12 Actas Capitulares. Folio sin núm. Cabildo 31 de enero de 1790.   

8] APF. Libro 20 Defunciones. Folio 34r.

9] APF. Libro 35 Bautismos. Folio 98r.

FERRER, Melchor. Historia del tradicionalismo. Tomo XXIX. Editorial Católica Española, S.A., Sevilla, 1960.

GONZÁLEZ FLORES, Rafael. La Virgen de la Sierra. Romance histórico-descriptivo. Imp. Manuel González, Écija, 1881.

10] APF. Libro 19 Bautismos. Folio 73v.  

12] Así consta en la lápida sepulcral que se sitúa en la segunda nave de la Epístola de la Iglesia Parroquial Santa María la Blanca de Fuentes de Andalucía, donde reposan sus restos y se le rinde reconocimiento.

13] APF. Libro 20 Defunciones. Folio 25r.


martes, 6 de agosto de 2024

CON F DE FERIA

Y de Fiesta de la Ermita, y de Fuentes…

«Lámina en que hay inscripciones o figuras y que se exhibe con fines informativos o publicitarios» bajo una serie de premisas de coherencia tanto cromáticas como de contenido, y con un mensaje claro, sencillo y directo. Así define claramente la Real Academia Española de la Lengua la palabra cartel en su primera acepción, y eso es lo que he buscado a la hora del diseño de este collage digital cuyo resultado ha sido la obra plástica que ilustra el cartel anunciador de la Feria de Fuentes de Andalucía 2024, en la edición que recupera su nombre primigenio de Fiesta de la Ermita y que ha supuesto todo un reto personal, a sabiendas que ya recayó sobre mí tal responsabilidad en el año 2022, con aquel cartel rancio que tanto buena aceptación tuvo, y de cuya influencia he huido en esta nueva encomienda.

La composición de esta obra no es más que la culminación de una iniciativa que nacía en estas mismas páginas hace ahora un año, en la revista de 2023, donde publicaba un trabajo de investigación histórica bajo el título «La Ermita de la Fiesta», en el que analizada la historia y devenir de este singular edificio del barrio de «El Postigo» indisoluble, durante siglos, a la trayectoria de vida de la feria fontaniega. En aquellas páginas, lanzaba públicamente la iniciativa de la recuperación de la nominación histórica de la fiesta, que se perdería oficialmente en 1948 –setenta y cinco años atrás– pero que ha perdurado en el habla de las gentes de Fuentes por transmisión oral.

La Feria de Fuentes de Andalucía ha ido desarrollando en el devenir de su dilatada existencia una serie de modificaciones sustanciales de fecha, fines, denominación, hábitos, formas, imagen o formato, entre otros muchos condicionantes; pero hay una característica particular que se ha mantenido en el tiempo: el emplazamiento de su celebración, y de ahí su denominación primitiva, única y singular.

Si cierto es que la fiesta se repite en una línea de continuidad con el pasado, también lo es que simultáneamente se renueva, arrastrada a un proceso continuo de evolución y renovación marcado por la sociedad fontaniega de la época. Un desarrollo, y su consecuente transformación, que no ha influido en el emplazamiento de celebración de la fiesta, hasta el punto que el espacio se ha mantenido vacío, adaptado y urbanizado, bloqueando e influyendo en el crecimiento del núcleo urbano habida cuenta de la relevancia del mismo en la repetición cíclica de la fiesta.

En base a ello, y con objeto de preservar la singularidad que dotara de idiosincrasia en la nominación a la Feria de Fuentes de Andalucía, proveyéndola de cierta particularidad, en el mes de abril de 2024 emprendí los trámites para solicitar a la Corporación Municipal en pleno del Excmo. Ayuntamiento de Fuentes de Andalucía, la permanencia y difusión del nombre originario de la fiesta junto al actual, en la forma «Feria de Fuentes de Andalucía. Fiesta de la Ermita» en todos aquellos soportes nominativos, gráficos o documentación de relevancia que emanen del ente municipal con el objeto de brindar y lograr la permanencia en lo sucesivo.

La propuesta contó con la adhesión por escrito de D. Jesús Cerro Ramírez en calidad de cronista de la villa, la Hermandad de la Humildad como corporación impulsora de la fiesta originaria, asociaciones culturales, entidades afines a la fiesta y las casetas del Real fontaniego, a todos los que una vez más hago público mi agradecimiento por el respaldo brindado, convirtiendo tal proyecto en una instancia colectiva con un amplio respaldo social y ciudadano.

Iniciado el proceso administrativo, con el impulso del gobierno municipal, los técnicos municipales del Área de Cultura y Fiestas y la Secretaría General del Excmo. Ayuntamiento, la propuesta fue incluida como punto en el orden del día del pleno de la Corporación Municipal del 6 de junio de 2024, en el que tuve la grata oportunidad de intervenir para exponer la iniciativa, que sometida a debate y votación, fue aprobada por unanimidad de la Corporación, quedando nominada la celebración en lo sucesivo como «Feria de Fuentes de Andalucía. Fiesta de la Ermita».

Por todo ello, y una vez más, reitero mi gratitud al Sr. Alcalde, equipo de gobierno y los grupos municipales de NIVA y PSOE por el impulso y ejecución de la iniciativa, y a todos cuanto con su respaldo y adhesión lo han hecho posible.

De este modo, el nombre de la Feria – Fiesta de la Ermita tenía que estar muy presente en el cartel de 2024, en una composición gráfica que combina el ayer con el hoy, la historia con el presente, el pasado con la actualidad y la fotografía antigua con ilustraciones vectoriales. Un conjunto en el que claramente predomina la letra f, como inicial de la palabra Feria, y a su vez, de Fiesta de la Ermita. Esta última nominación que regresa, como los términos de Fuentes de Andalucía, han sido extraídos de la portada del programa de feria de 1945, manteniendo exhaustivamente tal tipografía.

Junto a los letreros preceptivos de nombre del festejo, lugar geográfico y fecha de celebración aparecen en la esquina inferior izquierda una serie de términos. Son los nombres de las veinte casetas que dan vida y cuerpo y llenarán de jolgorio, jarana, juerga y jaleo el Real de la Feria fontaniega en su edición de 2024.

El conjunto de textos descritos se completa con una serie de elementos gráficos en el que destacan cuatro fotografías antiguas. Entre ellas sobresale una de singular significación, tanto por lo que representa, como el lugar en el que está tomada: Cuatro jóvenes y niñas vestidas de flamenca, en la calle Humildad –epicentro del barrio de «El Postigo»–  con la Ermita de San Francisco al fondo, en un ambiente festivo, durante un día de Fiesta de la Ermita de finales de la década de 1940. Los propios alumbrados han servido para el recorte siluetado de la instantánea en la que de izquierda a derecha aparecen las hermanas Amparo, Manuela y Ana García Lora-Villar y Rosario Narváez Ostos. 


En la segunda de las imágenes aparecen dos niños montados en el típico caballito de cartón que el fotógrafo ambulante de turno colocaba en la puerta de la caseta del «Círculo de la Amistad» –hoy Peña Flamenca–, momento en el que las familias inmortalizaban a los más pequeños en una época en la que por lo general se iba a la feria más a mirar, que a gastar. De este modo he querido traer al cartel a los niños, que con tanta ilusión y deseo viven la fiesta en unos días de estallido de sensaciones y disfrute. Son los hermanos Cristóbal y Pepita Pilares Flores, símbolo también de esos niños que, con sus familias, tuvieron que emigrar a otras zonas de España en busca de trabajo, y que muchos de ellos, regresan al pueblo en estos días de feria.

Y por último, en el vértice inferior derecho aparecen dos imágenes solapadas. Una mariposa de los alumbrados efímeros que era el punto de partida de la Fiesta de la Ermita, y que formaba parte del primer arco que se instalaba «en la cruz», en la intercesión de las calles Lora, San Miguel y Cruz, y que posteriormente pasó a colocarse en la intercesión del Postigo, al inicio de la calle Humildad. Esta aparece sobre una instantánea de la rifa del cochino, otra de las tradiciones singulares de nuestra feria y que la Hermandad de la Humildad mantiene desde mediados del siglo XIX, que se originó como fuente de ingresos para financiar los cultos a la Virgen de Consolación y la Fiesta la Ermita. La imagen debe estar tomada el último día de la feria, ya que aparecen los bombos para el sorteo, así como la campana de mano para llamar la atención de los feriantes. Elementos que afortunadamente se conservan y usan con el mismo fin. Delante de las mesas aparece el propio cerdo, y tras ellas, los hermanos de la Hermandad con las papeletas en sus manos. Dos niños al fondo y tres varones en primer plano, siendo el del centro Manuel Herce González –Manolo Millán–, hermano mayor desde 1946 a 1989.

El cartel se completa con una serie de elementos gráficos vectoriales muy típicos y representativos de la feria: una guirnalda de farolillos, una peineta, un toldo de rayas de una caseta y el característico dibujo ornamental de las sillas y mesas sevillanas, que aparece bajo el nombre de fiesta. Un cúmulo de componentes peculiares que deberían preservar su permanencia en el exorno y embellecimiento de la feria.

Por último, y a modo de elementos complementarios, aparece sobre la letra f un clavel rojo que rompe la uniformidad cromática y, en la esquina superior derecha, unos círculos imperfectos que no son más que las marcas o cercos que dejan los vasos sobre las mesas y barras, en los cientos de momentos de compartir en la feria charla y copas con amigos y familiares.

En cuanto a la paleta de colores, predomina el color amarillo albero, tan ligado al piso del Real y, a su vez, a la ermita, que contracta con la tonalidad de las fotos en blanco y negro, y los matices verde y rojo que completan la proclama como medio estático y publicitario, anuncio inminente de la gran fiesta del verano para los fontaniegos y aquellos que regresan o visitan el pueblo en estos días.

Un cartel fresco, muy visual en el que convergen mis pasiones por el diseño gráfico y la fotografía antigua, por la historia y por la Fiesta de la Ermita, y que firmo como prólogo a ese «milagro de color, donde se adecuan luces y formas» que es la feria. A ese barrio efímero de la explosión de la alegría y exaltación de la amistad, del compartir, que toma vida en «El Postigo» para celebrar la vida, que no es poco.

Que llegue la feria con las ganas de todos los años, y que los chavales sigan diciendo que ha sido la mejor de su vida. Que llegue la feria que este cartel anuncia, y que vuelva a vestirse de luces «El Postigo» y endomingarse su Real.

A la Feria, fontaniegos, a la Fiesta de la Ermita. Al Postigo. A disfrutar.

jueves, 16 de mayo de 2024

LA ROMERÍA DE MARÍA AUXILIADORA DE FUENTES DE ANDALUCÍA

Las romerías son una de las manifestaciones religiosas y culturales más extendidas en Andalucía y en España, y uno de los fenómenos religiosos más representativos de la piedad popular, ampliamente estudiadas desde la perspectiva antropológica, y protagonistas de un auge extraordinario en los últimos años. 

Éstas constituyen un fenómeno complejo, con multitud de dimensiones que no se agotan en el análisis de uno de los rasgos que se ha considerado tradicionalmente como el más definitorio: el religioso. Numerosos estudios defienden que sobre la base la devoción, lo que ha hecho que las romerías persistan y prosperen es su carácter multiforme y especial relación con la identidad colectiva de los pueblos que les caracteriza. Y no se trata sólo de una persistencia o supervivencia sino de una re-creación continua en un proceso cultural-religioso, pues la fe y la cultura no son sólo una herencia sino una apropiación por parte de las continuas generaciones de personas, que son las protagonistas y creadoras de cultura, y que dan significado de manera continua a los fenómenos socioculturales que conforman nuestro modo de vivir y nuestro concreto contexto sociocultural, nuestro entramado vital.

Las romerías son, además, una manifestación de los valores sociales de la comunidad, lo cual da cohesión al grupo social y reafirma los lazos identitarios de las personas con su grupo sociocultural. Así, ese acontecimiento anual pone en marcha toda una serie de mecanismos simbólicos que recrean la identidad colectiva e individual en torno a una devoción particular, en el caso de Fuentes de Andalucía, a la advocación mariana de Auxiliadora de los Cristianos.

En el ilusionante contexto social y político de la segunda mitad de la década de 1970, un grupo de jóvenes fontaniegos instaron en 1977 al entonces párroco la celebración de una romería en Fuentes de Andalucía, principalmente con el trasfondo de romerías que van ganando popularidad en pueblos cercanos, pero no contó con la aprobación de la citada autoridad eclesiástica local.

En escasos meses –otoño de 1977–, toma posesión un nuevo párroco: el sacerdote don Ramón Díez de la Cortina Consuegra. Los impulsores de la romería retomaron la iniciativa, y no solo consiguen el beneplácito del párroco, sino que don Ramón se convierte en un aliado que trabajará con ellos en el empuje definitivo para poder establecer en Fuentes de Andalucía una romería anual.

La primera cuestión a resolver que se les presentó a los promotores fue la advocación de la Virgen o santo a la que dedicar la romería. Entre los candidatos estuvieron San Sebastián, declinado por celebrarse su festividad en enero, fecha poca apropiada para una romería; la Virgen del Rosario, cuya imagen de un valor histórico-artístico considerable no era oportuna; la Virgen de Fátima, que ya presidía la romería de la vecina localidad de La Campana; o la Virgen de Lourdes, entre otras. Pero finalmente fue María Auxiliadora la advocación elegida, decisión sustentada principalmente en dos causas: por un lado, la de tratarse de una devoción inculcada por los salesianos durante las dos décadas que mantuvieron colegio en Fuentes de Andalucía y cuyos antiguos alumnos habían recuperados los cultos de triduo y procesión en los últimos años; y por otro, el de la fecha de la festividad de la Virgen, el 24 de mayo, muy idónea para la celebración de una romería a un determinado paraje natural del entorno de Fuentes.

Desde entonces, cada año, el último domingo del mes de mayo, vecinos y visitantes celebran las «Fiestas y Romería de María Auxiliadora». Las calles se engalanan de celeste y rosa, y centenares de personas participan en los diversos actos y cultos que culminan el último domingo del mes, como identidad colectiva, entre tronar de cohetes y ecos de tamboril, palmas y cantes por sevillanas, trajes de flamenca, sombreros de ala ancha, caballos y carruajes, carrozas… para peregrinar, junto a esta advocación de la Virgen María, en una jornada de convivencia, diversión y esparcimiento.  

Francis J. González Fernández
Cronista oficial de la villa de Fuentes de Andalucía

LA LLEGADA DE LA PRIMERA IMAGEN DE SOR ÁNGELA DE LA CRUZ A FUENTES DE ANDALUCÍA

En Sevilla, en Fuentes y en otros muchos lugares basta con decir sor Ángela para saber de quién se habla. La popularidad de esta santa sevillana rompe moldes, sobrepasando los límites de católicos practicantes o asiduos y conocedores de la obra y el carisma que ejerce la Compañía de las Hermanas de la Cruz, una congregación religiosa fundada en la Sevilla de 1875 por Angelita Guerrero González y el padre José Torres Padilla.  

Este nuevo instituto religioso fue creciendo rápidamente y un ejército de seguidoras se fue uniendo al proyecto de pobres, oración, penitencia y vivir en constante abnegación que había emprendido Madre Angelita. Y así, pronto sobrepasaron los límites de la capital hispalense. Fue en 1904 cuando llegan las hermanas a Fuentes y abren la que sería su séptima casa, tras las fundaciones de la Casa Madre de Sevilla, Utrera, Ayamonte, Carmona, Villafranca de los Barros (Badajoz) y Arjona (Jaén). Era la primera fundación del siglo XX, y se llevaba a cabo por iniciativa y con el apoyo económico de los bienhechores Fernando Armero Fernández de Peñaranda –hermano menor del General Armero– y su hija Dolores Armero Benjumea.

La inauguración oficial de la casa no tendría lugar hasta septiembre de 1904, comenzando años antes los trámites pertinentes. En 1900 sor Ángela solicitó al Arzobispado de Sevilla que aprobara la nueva fundación y que concediera la ermita de San Francisco y sus dependencias adyacentes para instalar allí el nuevo cenobio, con idea de “fomentar la instrucción y educación moral y religiosa de niñas pobres, y la asistencia y socorro de enfermos desvalidos”. Con anterioridad a esta misiva, la Hermandad de la Humildad, establecida en el citado templo de San Francisco, había acordado ceder el jardín para que se edificase en él la casa de las hermanas.

El 23 de septiembre de 1904 tendría lugar en la ermita de San Francisco la ceremonia de inauguración, en presencia de Sor Ángela, y a partir de esta fecha, comienza una historia local de amor y entrega que tiene como cuartel general una casa en el Postigo.

Son los primeros años del siglo XX. Fuentes cuenta con una población cercana a los 7.000 habitantes, con una numerosa clase baja, mayoritariamente jornaleros. Son el estrato social más desprotegido, con unas condiciones de vida infrahumanas y verdaderos problemas para subsistir. Pero ahí estuvieron siempre las hermanas. Recibiendo con una mano para repartir con la otra, acudiendo siempre en auxilio del más necesitado. Son tiempos difíciles, donde hasta ellas mismas pasan en algunas ocasiones verdaderos problemas. Era un convento pobre. No tenían apenas de nada para vivir.

Comenzaron en sus primeros meses auxiliando a enfermos y catequizando la vecindad, por todo el arrabal del Postigo. Poco después iniciaron clases para niñas, en tan precaria situación, que las aulas eran terrizas y las niñas hasta se tenían que llevar cada una su propia silla. Con limosnas consiguieron poner un suelo de madera, que evitara los continuos males y resfriados, tanto en las niñas como en las hermanas.

En repetidas ocasiones, sor Ángela visitó la casa de Fuentes a lo largo de su vida. Poco a poco fue viendo, con el paso de los años, como las hermanas iban edificando el resto del convento y las tareas y ocupaciones eran cada vez mayores. En estos primeros años todas las semanas se comunicaban por carta. En una de ellas, las hermanas acuden a sor Ángela haciéndole llegar su situación extrema, a lo que la Madre General respondió: “Pongas ustedes gallinas, y nosotras [en Sevilla], en vez de comprar los huevos en el mercado, se los compramos a ustedes. Así podrán obtener algo de dinero”. Era evidente que si el proyecto emprendido estaba dando frutos abundantes era porque estaba liderado por una persona con la suficiente capacidad moral e intelectual para ello, aunque para la propia sor Ángela todo era obra de Dios, y ellas un mero instrumento. Y fue así, con hechos, como la popularidad y admiración hacía sor Ángela, las Hermanas de la Cruz y su apostolado se fue extendiendo entre propios y extraños.

En 1932, sor Ángela murió a los 86 años en olor de santidad causando conmoción en Sevilla. Durante los tres días que su cuerpo estuvo expuesto a los fieles, miles de sevillanos de toda edad y condición acudieron a la capilla de las Hermanas de la Cruz a rendirle un último homenaje. El ayuntamiento republicano de la época acordó por unanimidad rotular con su nombre la calle Alcázares, en la que se ubica la Casa Generalicia de las Hermanas de la Cruz, siendo enterrada en la cripta del convento, gracias a una autorización del Gobierno porque las leyes de la República prohibían el enterramiento en templos y cenobios.

A raíz de ahí, se inició el largo proceso para la causa de su santidad, y en 1982 el papa Juan Pablo II la declaró beata en una multitudinaria ceremonia celebrada en Sevilla. Lustros más tarde, en mayo de 2003, el mismo Pontífice proclamó su santidad proponiéndola como ejemplo cristiano de vida a seguir.

Pero Fuentes ya hacía mucho tiempo atrás que había reconocido su ejemplaridad. A los pocos años de su muerte la calle Moral pasó a ser rotulada con el nombre de Sor Ángela de la Cruz, y tras su beatificación, se emprendió desde la cenobio fontaniego la iniciativa para la ejecución de una talla de la nueva beata, a tamaño real, y que fue encargada al polifacético imaginero y orfebre Manuel Domínguez Rodríguez (Zalamea la Real, 1924 - Sevilla, 2010), cuyo taller se encontraba en el compás del convento de Santa Clara de Sevilla.

Un hecho que se hizo realidad en 1984, cuando la tarde del viernes 4 de mayo los fontaniegos admiraron por vez primera la nueva efigie, que fue bendecida en una ceremonia presidida por el entonces párroco D. Ramón Díez de la Cortina y Consuegra en la Iglesia Parroquial Santa María la Blanca.

Tras la eucaristía, se iniciaría una masiva procesión de camino hacia el convento de las propias Hermanas de la Cruz, organizada por la Hermandad de la Humildad y con el acompañamiento musical de la Banda de Los Rosales, de cuyo hecho damos muestra gráfica con las fotografías que se reproducen.





Fuentes siempre ha sido consciente de la labor de estas mujeres que todo lo dan por el prójimo. Siempre se ha sabido agradecer su buen hacer, se le ha reconocido, y en momentos de necesidad, también ellas han recibido la ayuda del pueblo. Muchos son los momentos en los que el Fuentes ha exteriorizado su devoción a Santa Ángela de la Cruz y su admiración por la obra de sus hijas espirituales, las Hermanas de la Cruz.


Francis J. González Fernández
Cronista oficial de la villa de Fuentes de Andalucía

miércoles, 10 de abril de 2024

LAS COFRADÍAS FONTANIEGAS COMO TEJIDO SOCIAL EN EL ÚLTIMO MEDIO SIGLO (1967-2024)

Las hermandades son asociaciones públicas de fieles que erigidas en el seno de la Iglesia Católica, y a cuyo Código de Derecho Canónico se ajustan, se componen de fieles laicos; personas que congregadas bajo unos fines determinados y unas devociones particulares conforman una entidad, rigiéndose por unas reglas o estatutos aprobados por la autoridad eclesiástica competente, en este caso, por el arzobispo de Sevilla. 

Al margen de su propia naturaleza y en un ámbito globalizado, en Fuentes de Andalucía las hermandades constituyen el colectivo más numeroso dentro del tejido social de la localidad, y no solo en términos cuantitativos, sino históricos. Algunas de ellas remontan su origen al siglo XVI, teniendo en cuenta que hay referencias escritas que nos trasladan a la segunda mitad de la década de 1500 en las que ya se citan, y aún con vicisitudes y épocas de inactividad corporativa, se han mantenido con el paso del tiempo durante centurias, hasta llegar a la actualidad. 

Es preciso puntualizar que el auge en el número de miembros ha sido un fenómeno de las últimas décadas, momento en el que se ha tomado conciencia de que la hermandad la hacen los hermanos, como patrimonio humano, y que para poder participar de la vida de la misma es lo razonable y coherente. Hay que tener en cuenta, por ejemplo, que hasta hace unos años eran muchos los penitentes que llegaban a salir en estación de penitencia en los cortejos de las cofradías sin ser hermanos de nómina de las mismas. 

A modo ilustrativo, en el siguiente gráfico podemos observar la considerable evolución que han sufrido los registros de las cofradías fontaniegas en las últimas décadas, con datos relativos a los años 1967, 2002 y 2024; con un intervalo de cincuenta y siete años en total, treinta y cinco en las dos primeras fechas, y veintidós de 2002 a la actualidad. 

Teniendo en cuenta que la población fontaniega en 1967 era de 9.968 vecinos, el 10,08 % de los fontaniegos estaban inscritos a alguna hermandad de penitencia. En 2024, con una población de 7.217 vecinos, el 43,82 % son hermanos de una cofradía local.

Si sumamos las nóminas de las cinco cofradías de penitencia y el grupo parroquial del Señor del Calvario a día de hoy, se alcanza el montante de 3.162 personas. Una cifra que aunque no objetiva, si refleja el potencial que las hermandades representan dentro del tejido social de la localidad. Y decimos no objetiva, pues se dan casos de que una persona pertenezca a más de una hermandad, o que incluso sean foráneos. 

Al margen de la propia nómina de miembros de cada hermandad, es preciso reflejar el volumen de personas que pone una cofradía en la calle durante su estación de penitencia, y que no siempre se cuantifica, ya que además de nazarenos y costaleros, en el cortejo se incluyen niños de monaguillos, cuerpos de capataces, personas de paisano alumbrando tras los pasos, auxiliadores externos de la cofradía, o incluso las propias bandas, que en el caso de la Fuentes de Andalucía y que acompaña a cada uno de los pasos de palio de las hermandades la componen 75 personas, lo que llega a duplicarse en el caso de las cofradías que llevan dos formaciones musicales. 

La religiosidad popular constituye hoy un fenómeno creciente, y no podemos cuantificar exclusivamente a los hermanos o devotos que se incluyen en los respectivos cortejos procesionales, sino que es preciso también considerar los cientos de personas que, desde fuera, disfrutan y experimentan el discurrir de la cofradía y cuanto ello supone. 

La dimensión identitaria es fundamental para explicar la pervivencia e incluso el esplendor actual de la Semana Santa en lugares como Fuentes, en los que constituye un hecho social y un referente de identificación colectiva, ya que se trata de una celebración no solo religiosa sino también ciudadana, que se sostiene en la fe y mantiene vivos valores de cohesión y cooperación. 

Si tomamos, a modo de ejemplo y como cofradía media, el caso particular de la Hermandad de la Humildad en lo que se refiere al número de personas que conforman su cortejo, alcanzamos la cifra de 549 individuos (238 penitentes nazarenos, 8 acólitos de cirial/turiferarios, 25 niños monaguillos, 73 costaleros, 5 capataces/auxiliares, 150 músicos en dos bandas y 50 mujeres alumbrando), quedando de manifiesto el poder de convocatoria que las cofradías representan dentro del tejido social fontaniego, ya no solo como estructura orgánica, sino en cuanto puedan llegar a promover dentro del calendario de actividades de la localidad.

Francis J. González Fernández
Cronista oficial de la villa de Fuentes de Andalucía