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A medio cuarto de legua de la muy antigua villa de Fuentes, en el Reino de Sevilla, se levanta una fuente que desde siglos atrás fue el principal abastecimiento para la «manutenzión del común de estte vesindario». Ésta se surte a partir de un complejo sistema subterráneo de captación y conducción de aguas formado por dos manantiales o “minas”.

Rodeada de restos de distintos pueblos antiguos que habitaron estos lares, ya en 1599 aparece citada en las Actas Capitulares acordándose su reparo, y en 1690 el Cabildo Municipal acuerda hacer la fuente de piedra, para lo que contrata al cantero de Morón Antonio Gil.

A lo largo del siglo XVIII, varios miembros de la saga de alarifes de los Ruiz Florindo intervienen en el conjunto, ya que se continúan diversas reformas debido a la pérdida de suministro y a defectos en las conducciones.

Como en la Fuente de la Reina, otros manantiales y pozos de estas tierras llenas de historia siguen manando agua «buena y clara» desde tiempos remotos; características de un territorio que dieron el nombre a este maravilloso lugar del mundo que es Fuentes, de Andalucía.

viernes, 22 de diciembre de 2023

SE ARMÓ EL BELÉN

En estos días de diciembre de 2023, antesala inminente de una nueva Navidad, se cumplen ochocientos años de aquella escenificación del nacimiento de Jesús que –según cuenta la tradición– recreó San Francisco de Asís en una cueva del pueblecito italiano de Greccio. Allí, ante la representación viviente de la natividad de Cristo, Francisco celebró la Eucaristía en presencia de los habitantes del lugar, a los que habían convocado al toque de la campana de la ermita de la aldea.   

Un hecho con el que el «pobrecito de Asís» buscaba la evangelización de los vecinos de la región, mayormente analfabetos, destacando la humildad con la que nació el Hijo de Dios, y con el que se convertiría en el impulsor de la histórica práctica del montaje y exposición de los portalitos de Belén.
Desde entonces, el llamado portal de Belén, nacimiento, pesebre, misterio o sencillamente «el belén» –en alusión al nombre de la localidad palestina en dónde se asegura nació Jesús de Nazaret– se han convertido, dentro de la tradición cristiana, en un elemento navideño imprescindible en muchos lugares del mundo, que de la originaria representación viviente evolucionó a la realización de las figuras con diferentes materiales.

Pero no sería hasta mediados del siglo XIX cuando la costumbre se extendería, allende de los muros de las iglesias y los palacios, a muchos hogares españoles. Fue entonces cuando empezaron a fabricarse las figuritas en serie y el hábito progresó hasta convertir al belén en un concepto, e incluso al belenismo en un arte, lejos de «americanadas cursis» y otras modas, en ocasiones horteras, que hoy nos inundan y nada tienen que ver con la tradición navideña occidental y la costumbre andaluza –en base a nuestros valores antropológicos– de conmemorar el nacimiento de Jesús de Nazaret.

En Fuentes, las Pascuas –que era como se conocía a la Navidad en otros tiempos–, se extendían como era propio desde la Nochebuena hasta el día de los Reyes, aunque no era más que una celebración meramente familiar que difería bastante con los modos y formas de hoy día, tanto que para muchos no era ni Navidad porque no tenían ni que llevarse a la boca.

En todo caso, era una fiesta de sabores en frías jornadas al calor de la copa de cisco: La cena de Nochebuena en familia, algún que otro villancico al son del pandero y el almirez, pestiños, buñuelos, el aguinaldo, chocolate con tortas, mantecaos o la copita de aguardiente, si la cartera daba para ello. Lo de las campanadas es una moda reciente, y la Nochevieja era prácticamente un día más.
Y con la venida de los Reyes Magos, la fiesta llegaba a su fin.

Los niños eran felices, cuando se podía, con un caballito de cartón o una muñeca de trapo, mientras que otros se conformaban con aquellos típicos canastitos de papelillos con algún que otro caramelo. Era una época en la que no se pedía, sino que se recibía con alegría lo poco que llegaba. Y no es hasta la década de 1950 cuando en Fuentes el Ayuntamiento comienza a organizar, en la tarde del 5 de enero, la venida y posteriormente cabalgata de Reyes Magos.

Y como otro elemento inexcusable el belén del Postigo, de las Hermanas de la Cruz, que podríamos considerar como el primigenio de los grandes belenes de las navidades fontaniegas del siglo XX, al que ya en la década de los 80 y 90 se sumarían el de la parroquia, el de la Hermandad de Vera Cruz o los muchos y buenos de decenas de hogares de las familias de Fuentes. Belenes domésticos repletos de ovejitas, pastores, lavanderas y un puñado de figuritas de oficios varios con los imprescindibles reyes magos y el niño Jesús, María, José, el buey y la mula; todo ello sobre un desierto de aserrín, poblado de casitas de cartón, «mocos» de la vía del tren a modo de rocas y el papel «albal» haciendo las veces de río.

Las hijas de sor Ángela de la Cruz, que se establecieron en el Postigo en 1904, fueron pioneras en Fuentes con sus belenes, como San Francisco lo fue en Greccio. Qué casualidad que lo fueron en la ermita que atiende a la advocación del santo de Asís. Y además, durante décadas, lo hicieron por partida doble. Por un lado, con la representación viviente del misterio de la Navidad que las niñas del colegio en el convento establecido representaban; y por otro, con el propio belén que instalaban y siguen armando en la capilla, no falto de monumentalidad.
 
Muestra inequívoca de aquellos orígenes nos la ofrece la interesantísima fotografía que reproducimos, fechada en 1912, y tomada en el altar mayor de la ermita de San Francisco. El retablo mayor aparece totalmente cubierto por un paisaje en lienzo de grandes dimensiones, y en distintas escalas se entremezclan hasta cinco niñas vestidas de pastoras, entre otras figuras del belén, y arriba, en la parte más alta, las efigies de san José, la Virgen María y el Niño de Dios. Entre los personajes secundarios se aprecian muñecas y muñecos de distinta factura ataviados con ropa alusiva, ovejas y, en la parte derecha, una burra de cartón que aún conservan en el convento. Todo ello, en un monumental risco de corcho y ramajes. Incluso en la parte baja central se observa un sagrario.
 
En esta fotografía, fechable en torno a 1960, se aprecia el belén de las hermanas al fondo en el transcurso de una celebración eucarística de Navidad, presidida por el entonces párroco D. Antonio Cabezas Moya (1930-2016). En torno al sacerdote, los monaguillos, dos niñas representando ángeles y, en primer plano, otra chiquilla ataviada de pastora.
 
Representación viviente del misterio del nacimiento de Jesús, en la década de 1970, con un amplio número de pastoras. De nuevo, al fondo, el belén de la ermita.

Ochocientos años después del hecho de Greccio, los belenes siguen representando la ilusión, el talento, la originalidad, el interés y la paciencia del que lo pone con objetivo claro y evidente de no solo mantener una tradición, que también, sino de rememorar el entorno, el paisaje y el propio misterio del nacimiento de Jesús de Nazaret para disfrute propio y de cuantos acudan a su contemplación.

Por ello, coincidiendo con la histórica efemérides reivindico de manera modesta –pero a sabiendas de la oportunidad que me ofrece esta tribuna– la tradición y lo que supone armar el belén, y cuanto se ha de vivir en torno al misterio que este representa.

Reivindico la Navidad con su ser y sus valores cristianos –Sin Cristo, no hay Navidad–, lejos del desenfreno de derroche y consumismo que nos invade desde noviembre. Pensemos que la Navidad es efímera, como los belenes, y que solo dura una noche y cuanto se alarga el día siguiente, aunque en la liturgia se extienda a su octava.

Y en esa reivindicación quiero mirar a lo que nos une. Quedémonos con el abrazo sincero, con lo positivo, con lo que suma, con lo que enriquece, con lo que nos aporta, con lo que nos hace crecer como personas; que es mucho más que los mensajes pesimistas que en ocasiones nos bombardean y nos aterrorizan. Para eso, ya tenemos la cruda realidad del día a día. Y no es mirar para otro lado, es ver nuestra existencia creyendo en el prójimo, con fe, con esperanza y con amor. Tal como escribió San Pablo a los corintios, «el amor no pasa nunca».

Los belenes nos llevan a esa patria de la infancia, a ese territorio de un país de alegrías perpetuas, a una Navidad auténtica sin abalorios y con mucha verdad. La verdad del Niño de María y su mensaje, con la sencillez que ocurrió en Belén de Judea hace más de dos mil años; y con la humildad que Francisco de Asís lo presentó en aquella cueva italiana hace ahora ocho siglos.

Pues impregnado de este mensaje, me sirvo de este altavoz para desear a cuantos estas líneas lean mi felicitación ante la imperiosa Natividad del Señor. Que la conmemoración que festejamos en estos días, al ablandarnos el corazón, nos impregne de alegría, de paz y de cordura, que falta nos hace ante tanta insensatez. Sólo eso, que no es poco.

Esa es mi ansia para esta Navidad.

Francis J. González Fernández
Cronista oficial de la villa de Fuentes de Andalucía
 


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